La fragilidad de las especies: sufrir y sobrevivir
Sangrando, con el ojo izquierdo reventado y con un brazo facturado, así llegó a Cochabamba Panchito, el oso perezoso que se salvó de morir atropellado en la carretera Cochabamba-Santa Cruz.
El caso conmovió a la población y recordó un evento similar: Ajayu, el oso jukumari que en 2016 salvó su vida de morir a golpes en la comunidad cochabambina de K’omercocha, en Tiraque.
Las imágenes eran crudas, el pequeño oso ensangrentado y llorando tras ser golpeado con palos causándole lesiones en la cabeza y en el ojo derecho, el cual perdió definitivamente.
Los pobladores lo agredieron porque reaccionó cuando unos niños lo molestaban.
Ajayu vive en el refugio Senda Verde en La Paz y, debido a su ceguera, depende de sus cuidadores para alimentarse. Además, debe vivir en una jaula para no lastimarse con los objetos al caminar. Aún tiene miedo a los humanos.
Un destino similar le espera a Panchito, que perdió su autonomía y su hogar en un mismo instante. Ahora debe enfrentar una larga recuperación en el refugio Agroflori, en Quillacollo.
El tráfico, la caza y la invasión al entorno natural son parte de los factores que acorralan a los animales, al punto que no encuentran un lugar seguro para subsistir. El peor escenario es conocer el lado más cruel de los humanos.
¿Qué proyecto, qué cantidad de dinero, qué clase de progreso es capaz de justificar la pérdida irreparable de especies de un país que tiene (o tuvo) como tesoro la biodiversidad?
Periodista de los tiempos
Columnas de Yvonne León