Comunidad educativa y escolaridad
En medio de la estridente algazara política, en cuyo ámbito se mueven ciertas gentes como pez en el agua, pero que también pueden morir por la boca, igual que aquellos, nos animamos a hablar de algo que muy poco o nada interesa al “respetable público”. Con que esté abierta la escuela y los tenga ocupados a los hijos de la casa, es más que suficiente lo que puede hacer la vetusta institución.
Sucede que en estos días expresó en Sucre don Mariano Baptista Gumucio una opinión sugestiva sobre el sistema vigente. Por coincidencia, la dicha opinión fue reforzada –a manera de estímulo– por el anuncio de que en Cochabamba se realizaría un evento pedagógico internacional. En los años que corren es raro que alguien diga algo sobre el tema. Discreta y silenciosa se desliza la “Avelino Siñani” como si no hiciera nada. Los maestros están callaros nomás; es posible que tengan ahora un mejor salario.
Como decíamos, allá en Sucre el señor Baptista dijo: “Yo creo que la escuela, como yo la conocí: disciplinaria, autoritaria y memorística, no ha cambiado; es una especie de ghetto y es muy largo, donde encerramos a los chicos porque no sabemos qué hacer con ellos”. Don Mariano es sin duda el más severo crítico de la escuela tradicional; ha sido varias veces ministro de educación; ha merecido importantes distinciones por su labor, y es autor de libros que desde el título anuncian su polémico contenido: “La educación como forma de suicidio nacional” (1973) y “Salvemos a Bolivia de la escuela” (1977).
A lo que dice el señor Baptista, cuesta creer que un medio siglo haya pasado vacío. Y tal como se ven las cosas, no sería aventurado suponer que estamos hoy si no en retroceso, estancados. La anomia social de estos años ha sido un ariete demoledor que dio fin con lo poco que se avanzó en materia de institucionalidad. Pero es más asombroso aún que Bolivia, habiendo atravesado en el último decenio por una situación económica excepcional y también con un tiempo continúo suficiente para los cambios, no haya cambiado nada.
Don Mariano sigue en su crítica a los radicales pensadores de la época, como Iván Illich y Paulo Freyre. Pero sobre todo comenta e incorpora al suyo el ideario pedagógico que circuló profusamente en los años 70, en un libro titulado Aprender a ser (Edgar Faure, 1973). Es en realidad el informe de un grupo de expertos de diversa nacionalidad que estudiaron la crisis educativa en el mundo, propiciada por la Unesco. Un tema relativamente novedoso es el que se refiere a explorar el potencial pedagógico de la estructura institucional de los países. Convertir el medio social en un aula grande, sin muros; una escuela permanente y abierta para todos. Se ha sugerido adoptar un plan coherente y de largo plazo para mejorar el nivel medio cultural, para que ésta a su vez influya en el desempeño de la escuela tradicional.
El pensar en una comunidad educadora, ¿no es una cara y lejana utopía? Tal vez, pero nada que vale se da gratis en el mundo ni es fácil alcanzarla nunca. Valdría la pena intentarlo.
El autor es pedagogo y escritor.
Columnas de DEMETRIO REYNOLDS