El colmo de la ignominia
Si hubiera que elegir un hecho que simbólicamente sintetice la manera como durante los últimos tiempos está siendo administrado el Estado boliviano, sería imposible encontrar algo más elocuente que lo ocurrido con la medalla de Simón Bolívar, la banda presidencial y el bastón de mando.
Esa dimensión simbólica del hecho no ha pasado para nadie desapercibida. Tanto es así que a los pocos minutos de que se hiciera pública la noticia de la pérdida de los símbolos presidenciales, ya estaba en lugares destacados de los principales periódicos digitales del mundo entero. Y claro, sin perder de vista la gravedad del asunto, fue su aspecto grotesco el más destacado.
Es por demás conocida la importancia que tienen los símbolos como representación de las más complejas realidades y es por eso que todas las disciplinas relacionadas con el conocimiento de la conducta humana les asignan un lugar muy destacado entre sus objetos de estudio. Todas coinciden al señalar que el plano de lo simbólico es uno de los que mejor refleja la manera como las personas y los pueblos se relacionan con lo que los rodea.
De eso estuvieron siempre muy conscientes los autores ideológicos del proyecto político encarnado en el Movimiento Al Socialismo. Así lo demuestra el esmero con que desde el 22 de enero de 2006 se dieron a la tarea de denostar contra los principales símbolos republicanos. Y a pesar de lo grandes que fueron los esfuerzos hechos por los ideólogos del “proceso de cambio” para desplazar los símbolos republicanos por otros de su invención, fracasaron en su intento excepto en actos oficiales en los que se escenifican simulacros de plurinacionalidad.
El esmero con que durante los anteriores 12 años se quiso relegar a un segundo plano las celebraciones del 6 de agosto para cederle su lugar a los actos del 22 de enero de cada año es otro ejemplo de ese propósito. Lo que, dicho sea de paso, le da también un especial valor simbólico a lo ocurrido en Potosí el lunes pasado.
Con esos antecedentes, la historia de los símbolos presidenciales, cuya custodia estaba a cargo nada menos que de la Casa Militar, por consiguiente de las FFAA, el prostíbulo donde fueron extraviados, la ola de indignación que se levantó en todo el país, mientras el Presidente y el Vicepresidente ponían a prueba la subordinación de los altos mandos a sus designios, merece un lugar destacado en las páginas de la historia contemporánea de Bolivia que están escribiéndose.
¿Qué lugar darle a este escándalo? ¿Cómo clasificarlo? ¿En qué tono lo registrarán los libros de historia? ¿Qué cara pondremos al contarlo a nuestros hijos?