Cabeza enferma
Estamos muy mal señores, muy mal. Así reza el dictamen de cualquier médico o galeno que se precie de hacer un buen examen mental a algún enfermo psiquiátrico declarado.
Algo así nos sucede como país. No solamente damos pie a libretos dignos de un realismo mágico de la década de los 60, o de un disparatado guión de película sin moraleja, sino que tenemos una mala cabeza gobernante.
Hemos perdido el norte. Una clara comprobación de lo pésimo que andamos es el hecho de buscar y condenar culpables en mandos inferiores; en lugar de superiores o “cabezas”. Ha quedado evidente que no sirve de nada dar de baja al soldado X, teniente, edecán, o al funcionario que se equivocó al sumar cantidades, o al que disparó el “canicazo”.
Da pena y risa vivir en un país absurdo y arbitrario donde es más importante el castigo y la burla que la ética, la honestidad, la justicia y otros valores que, a moneda de uso y cambio actual, valen lo que mancha un papel higiénico.
De un tiempo a esta parte hemos aprendido a “interpretar” palabras, a decir “lo que realmente quiso decir” y a tomar los exabruptos como lo que son, llegando a eximirlos e incluso a reducirlos a nivel de chiste y de memes.
Por eso no deberíamos quejarnos. Aparentemente es mejor seguir disfrutando de una falta de reglas claras y vivir en el jolgorio. Total, al final de cuentas, tal como alguien lo dijo alguna vez, en Bolivia pasa de todo y no pasa nada.
Venimos engrosando los 193 años de historia independiente boliviana con más atropellos a la justicia que aciertos.
O es que ¿alguien ya reclamó cuando se cambiaron los 24 diamantes que ya faltaban en la dichosa medalla presidencial? O a ¿alguien se le ocurrió buscar a los directos responsables cuando colgaron a uno de nuestros mandatarios? ¿Alguien trató de sanar a la cabeza?
Porque está demostrado que si la cabeza no atina a mantener un orden y concierto, los pies estarán menos dispuestos a recorrer un camino coherente dirigiéndose a una meta determinada, no importando si ésta, está plagada de optimismo, certidumbre, tranquilidad y un mejor porvenir.
Mientras nos quedemos sentados, dejando que las cosas sigan como están, porque no queremos involucrarnos, porque es mejor que se queden así y evitemos el compromiso, sólo quedará expresar la indignación en los cafés, en las redes sociales y vivir con el falso optimismo de que las cosas cambiarán, en ésta o la siguiente generación.
La autora es magíster en comunicación social y periodista.
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