La mancebía
Veamos, veamos lo que no vemos o no queremos ver. Y si no queremos ver, es muy difícil que nos pongamos a mirar con viveza y fuerza, todo lo que acontece en nuestro entorno.
Un señor que se va de putas. Le roban los símbolos más preciados del Estado. Y lo que significa es que el señor se distrajo, dejó a mal recaudo el tesoro y, zas, desapareció.
Ahora empieza el análisis del recorrido, este señor, se sintió con todo el derecho de ir a comprar su tiempo en un burdel. Se fue como quien va al supermercado o a la cancha, a pasarse un ratito mientras hace hora para coger el avión.
Esta acción es la deleznable. La pérdida de los objetos es otro cantar, merece un análisis distinto. Merece revisar encargados, alternos, subalternos, ministros todo. Pero ese no es tema. El tema es que hemos perdido de vista que este teniente, va a mostrar su masculinidad justo donde tiene que hacerlo, pagando a una persona, a un ser humano que no tiene ni idea de su edad, está ahí por haber sido iniciada en el puterio, por alguien.
¿Alguien de la calle dijo algo al respecto? No se menciona, se asume que está bien. Toda una calle de casas donde van los grandes machos a medir sus hombrías.
La culpa es del cliente y este es el caso de la mantención de la prostitución como parte activa del establecimiento de normas.
No hay derechos para las señoras que se venden, no hay ni siquiera respeto. Hay humillación de parte de un cliente que va y compra, como si de un gustito se tratara.
Como dice la defensora de los derechos humanos, Sonia Sánchez: “La prostitución no es un trabajo porque es la violación de los derechos económicos, sociales y culturales. El primero en violar estos derechos es el propio Estado, a través de la pobreza, a través de la falta de oportunidades y de la falta de políticas públicas que incluyan en especial a las mujeres empobrecidas, porque en su mayoría, las mujeres traficadas son mujeres empobrecidas”. (Entrevista en AmecoPress, 14 de agosto, 2018 )
Y siguiendo esta línea deberíamos, asustarnos de aceptar la prostitución como un trabajito más, y el cliente como un valiente a quien hay que darle lo mejor.
El autor es economista
Columnas de CARLOS F. TORANZOS