Llueve sangre en Nicaragua
IGNACIO VERA RADA
En la realidad política latinoamericana hay mucho que hacer, ciertamente, como se dio cuenta Mauricio Macri, quien intenta reintegrar a la Argentina a la economía del concierto internacional. Lamentablemente, algunos otros países, como Bolivia y Venezuela, aún se hallan en la búsqueda de respuestas.
Hoy, muchos nicaragüenses están en la mira de los francotiradores, y el desfile de ataúdes se ha visto en pos de una caravana de paramilitares. Ha llovido sangre, o todavía llueve sangre. Lo que está sucediendo en Nicaragua es malo no sólo en desmedro de la democracia, sino en el del malogramiento de la moral. La Casa Blanca ha impuesto sanciones como el bloqueo al sistema financiero estadounidense y el congelamiento de los activos de tres altos cargos, pero aún no hay visos de que tales medidas sean suficientes para asfixiar a un régimen que hasta hoy se presenta obstinado. La Iglesia también ha intervenido, pidiendo que organismos internacionales documenten los hechos de violencia registrados. El Gobierno nicaragüense, por su lado, califica a los prelados de golpistas.
Estoy seguro de que a Nicaragua le espera un futuro mejor, estoy seguro de ello por una razón: cuando sobreviene la crisis (la crisis con sangre) es porque en el horizonte se dibuja el cambio. Esto fue explicado dialécticamente por el pensador Hegel, cuya concepción de la historia tuvo como motor de la misma a la confrontación (en el sentido más puro de esta palabra) de hechos. Cuando dos factores entran en colisión, el devenir entra en el escenario, como resolución o síntesis del conflicto.
Licenciado en Ciencias Políticas
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