La Cepal y la salud de la economía boliviana
Tal como viene ocurriendo con notable recurrencia todos los años, la presentación en pasados días del Estudio Económico para América Latina y el Caribe 2018 de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), ha dado nuevos bríos en nuestro país a una controversia que se remonta a por lo menos la última década. Nos referimos a una especie de debate en el que se mezclan elementos de carácter teórico con otros que no pasan del más elemental uso propagandístico de los datos.
El elemento que más atiza las polémicas es el relativo a la manera positiva como la Cepal evalúa la situación económica boliviana y la apreciaciones por lo general elogiosas con las que se refiere a los lineamientos principales de la política económica aplicada por el actual gobierno.
Como no podía ser de otro modo, las evaluaciones y proyecciones de la Cepal son recibidas en las filas gubernamentales con expresiones de regocijo. Más aún en circunstancias como las actuales, cuando un dato como el relativo al crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) está directamente relacionado con decisiones de hondos efectos económicos y políticos como el pago del segundo aguinaldo.
Según los cálculos de la Cepal, el crecimiento proyectado para Bolivia en 2018 será de 4.3 por ciento, algo más que lo previsto en un cálculo anterior.
Dependiendo del punto de vista desde el que se lo analice, el dato puede ser recibido como un motivo de optimismo o de desazón.
Optimismo porque se confirma una vez más que la economía boliviana se destaca entre todos los países sudamericanos, e incluso si en la comparación se incluye a Centroamérica y el Caribe, como una de los más saludables. El ritmo al que crece (4,3%) seguirá siendo muy superior al promedio sudamericano (1.2%). Casi igual a Paraguay (4.4%) y lejos de Chile que con un crecimiento proyectado de 3,9% ocupa el tercer lugar.
En el otro extremo se destaca Venezuela cuya tendencia hacia la destrucción de su economía se plasmará este año en un decrecimiento de al menos 12%. Y Argentina, país que no logra reponerse del descalabro causado por 15 años de aplicación de un modelo muy similar al causante de la debacle venezolana.
Esos datos no pueden ni deben pasar desapercibidos ni desvirtuados por interpretaciones ofuscadas por los apasionamientos y las urgencias dictadas por los circunstanciales intereses proselitistas. Y eso vale tanto para identificar y reconocer los desaciertos, como para valorar los aciertos, más allá e independientemente de los afectos o desafectos políticos.