Las enseñanzas de la democracia en EEUU
El artículo de opinión publicado por el prestigioso diario The New York Times, anteayer miércoles, sin identificar a su autor, un alto funcionario de la administración Trump, propicia, de manera inevitable, reflexiones que, también de manera inevitable, incluyen algunas que se refieren de manera específica a la prensa, a su rol en el paisaje político y a las vicisitudes que le toca superar en virtud de ello.
El texto sin autor describe una situación insólita en la presidencia de Estados Unidos. “El presidente Trump se enfrenta a una prueba de su presidencia a diferencia de cualquier líder estadounidense moderno”, afirma el escrito.
Y continúa señalando que “el dilema, que no comprende del todo, es que muchos de los altos funcionarios de su propia administración están trabajando diligentemente desde adentro para frustrar partes de su agenda y sus peores inclinaciones”.
Es decir: un puñado de altos funcionarios de su entorno actúan para evitar que el temperamento impulsivo y cambiante del inquilino de la Casa Blanca afecte –o lo menos posible– al sistema democrático estadounidense, a los intereses ciudadanos en el ámbito interno y a los de Estado en el ámbito internacional.
La razón que motiva esta especie de sabotaje positivo, si existe esa figura, “y frustrar los impulsos más equivocados del señor Trump hasta que termine su mandato” son “la amoralidad del presidente. Cualquiera que trabaje con él sabe que no está amarrado a ningún principio discernible que guíe su toma de decisiones”, dice el artículo.
Le reprocha también lo que aquí llamaríamos doble discurso. “Aunque fue elegido como republicano, el presidente muestra poca afinidad por los ideales defendidos desde hace tiempo por los conservadores: mentes libres, mercados libres y personas libres. En el mejor de los casos, ha invocado estos ideales en circunstancias precisas y como parte de un guión escrito expresamente para ellas. En el peor, él los ha atacado directamente” dice el autor no identificado.
Dos tipos de elementos intervienen para que se produzca este curioso trance: por una parte, un sistema democrático y unos recursos mediáticos y de marketing que permitieron acceder al poder a un líder capaz de ejercerlo sin tino y con propósitos erráticos y por otra, una sólida administración del aparato estatal manejada por profesionales del servicio público y cuya misión es que esa maquinaria funcione a pesar del desatino de su timonel, sin importar el partido de este.
La existencia de una prensa cuyo prestigio sobrevive a los ataques de la prepotencia política completan el cuadro.
Ciertamente, jamás dejaremos de aprender de la democracia estadounidense.