Esquizofrenia estatal
Hace poco tiempo tuve que enfrentar una serie de procesos legales. Luego de meses de memoriales, audiencias y deposiciones, hablé con una amiga juez pidiendo consejo. Ella me dijo la que me parece una de las evaluaciones más contundentes del sistema estatal: "Hasta ahora has obrado bien, de buena fe y según la ley. Es decir, hiciste todo mal". Luego me aclaró que, a pesar de ser juez, sabía muy bien que las leyes son sesgadas, la cobertura limitada, el sistema falible y las prácticas obsoletas.
Cada vez que surge un nuevo problema coyuntural de alto impacto mediático se suman voces pidiendo modificación de leyes o propuesta de nuevas normas para tratar de reglamentar estos hechos. Como resultado de esta práctica tenemos un cuerpo legislativo extremadamente amplio, confuso, con una sobreposición de competencias y que no generan el efecto deseado.
La historia nos muestra que esta creencia es ingenua. Veamos algunos ejemplos: hubo dos reformas educativas desde que salí bachiller de colegio. Quienes me siguen en Facebook saben que durante un par de años publiqué las cosas que se decían durante la hora cívica escolar del colegio que se encuentra en la parte de atrás de mi casa. Muchos reconocieron perfectamente las prácticas como las mismas de su infancia. Las dos leyes de modificación del sistema educativo no cambiaron en nada las prácticas dentro del aula.
Otro ejemplo: A pesar de que se hicieron grandes avances técnicos para lograr la unificación de sistemas de información y de registro de datos de los ciudadanos, las instituciones públicas no parecen compartir esa información entre sí. Es más, una institución estatal desconfía de los documentos presentados por otra entidad: no es casual que continuamente debamos presentar fotocopias legalizadas de documentos para trámites menores, haciendo engorroso el sistema burocrático.
Otro ejemplo: Cuando se trata de cuestiones de tráfico y vialidad, ¿siente usted confianza si encuentra un policía de tránsito? ¿Cree en la institucionalidad de esta fuerza o no?
Volviendo al punto: no sirve de nada cambiar leyes, cambiar códigos, reescribir constituciones, si todo nuestro sistema se basa en la desconfianza. Y no solo hay desconfianza de parte del Estado para con los ciudadanos. La principal desconfianza es la del Estado hacia sus propias instituciones. El nuestro es, pues, un modelo esquizofrénico. ¿Sirve, entonces, seguir pidiendo nuevas leyes?
La autora es escritora.
Columnas de CECILIA DE MARCHI MOYANO