Macabro premio
Sebastián pasó por el suplicio de ser operado dos veces, por un insólito error del médico en el Hospital Oncológico de Santa Cruz, que le extrajo el riñón sano en lugar del dañado. Sus padres, casi adolescentes, estarán aturdidos por todo lo que se les vino. A la angustia de ver a su pequeño a la espera incierta de una donación de riñón, se suma el atosigamiento a que los somete la prensa, el asunto del proceso en contra del médico, los gastos de su estadía en una ciudad que les es extraña. Para empeorarlo todo, son pobres.
Al margen de anunciar desempolvar el código penal que incluye la mala praxis, Morales, conmovido, comprometió a la familia el obsequio de una vivienda social y al esposo asignarle algún cargo en una repartición pública.
Parecida situación se dio en el caso de otro desdichado accidente en Cochabamba, cuando, en diciembre del año pasado, por efectos de una fuerte lluvia y la crecida de un alud, una vivienda se desplomó atrapando en su interior a sus ocupantes. Como resultado, murieron los dos niños pequeños de la familia. El representante de la OTB declaró que la tragedia podría haberse evitado si la alcaldía hubiese realizado los trabajos de prevención y que ya antes hubo de lamentar sucesos parecidos. Lo cierto es que muchas de esas construcciones no tenían permiso para su asentamiento en esa zona inestable y eran casas precariamente construidas, sobre una franja de seguridad de una quebrada en Itocta.
Al velorio de los dos hermanitos asistió el mismísimo Presidente. Conmovido, Morales comprometió la construcción de una vivienda social para la familia, y al mismo tiempo anunció que el Gobierno subrogaría una deuda contraída por los padres para la compra de un terreno, sobre el cual se construiría dicha vivienda social. Es probable que la familia ya esté instalada en su nuevo hogar.
Un tercer caso fue el de una niña que murió de desnutrición en El Alto en marzo del año pasado. Se trataba de una familia numerosa en situación de indigencia y con los dos padres enfermos, sostenidos apenas por el hermano mayor, que trabajaba en lo que podía. Eva no tuvo asistencia de la epilepsia que la aquejaba ni recibía alimentos. Se fue apagando y murió. Conmovido, el Gobierno facilitó un terreno y los materiales para una vivienda. El vicepresidente Álvaro García Linera, en agosto de 2017, se encargó de hacer entrega de la vivienda y anunciar que se daría un empleo al hermano mayor en una repartición pública.
¿Qué tienen de común los tres casos? La muerte, la enfermedad de pequeños, que nos toca el corazón y conmueve. Inmediatamente, hay críticas a la gestión que son acalladas por la acción benefactora del Gobierno, que post mortem, o post cirugía desastrosa, “regala” una vivienda social y “regala” un cargo público. Como no podía ser de otra forma, la familia quedará agradecida y con la vida llevadera.
También tienen en común la ausencia de verdaderas soluciones, estructurales: la lucha contra la pobreza, el hambre; la lucha contra la falta de viviendas dignas y con políticas planificadas; la lucha contra el mal del cáncer que se expande.
En especial, las acciones contra el mal del cáncer han sido ignoradas en este régimen. El mal va alcanzando a personas de toda edad, a niños también, y el Gobierno se ha mostrado insensible ante el dolor de los pacientes y sus familias. Precisamente, el Día del Maestro, en Santa Cruz, las familias se apostaron en inmediaciones de donde se encontraba el Mandatario para manifestarse a gritos y Morales los ignoró e hizo como que no escuchó nada. Ahora, ante el caso de Sebastián, los padres de niños con cáncer han mostrado su desesperación y desenmascarado la falta de equipamiento especializado, ítems médicos, ambulancias, etc. Mucha Casa del Pueblo, mucho helicóptero, pero cero quimioterapias.
Finalmente, a falta de verdaderas soluciones, el Gobierno realiza dádivas y asigna puestos públicos (a personas no estaban preparadas para esas funciones). Parece un macabro premio, premio que terminamos pagando todos los bolivianos, mientras las verdaderas soluciones están remotas.
La autora es comunicadora social
Columnas de SONIA CASTRO ESCALANTE