Graduaciones de ayer y de hoy
Era la primera semana de febrero de 2006 y llegó a La Paz un amigo periodista e historiador de Alemania. Fui a verlo al Hotel Plaza, que en ese entonces todavía era un lindo hotel, de unas un poco dudosas cinco estrellas (hoy es un mercadillo de artículos de muy baja calidad). Él estaba fascinado con haber llegado a La Paz precisamente en esos momentos, sólo 10 días después de que Evo Morales asumiera la presidencia de la entonces aún república. Yo no pude ocultar mi escepticismo, había escuchado en el discurso inaugural que se autodenominaba (no sé si como partido o como etnia) “la reserva moral de la humanidad”, y la frase había perforado mis oídos.
Ante mi escepticismo, el amigo me preguntó, casi en tono de reproche, si no me alegraba siquiera un poco del hecho de que gente que jamás había tenido la menor oportunidad en mi país, ahora podría ver el futuro con esperanza. Quise aclararle que las cosas no eran tan extremas, que, a fin de cuentas, Evo era Presidente porque el sistema político reinante lo permitía. Le hablé de la Participación Popular, del 52 y mientras charlábamos dejamos el hotel, y empezamos a bajar por la calle principal de La Paz.
Llegamos al atrio de la Universidad Mayor de San Andrés, el cual estaba atiborrado de puestos de venta y había muchas, muchas, mujeres ataviadas con la tradicional vestimenta de la chola paceña.
¿Ves este grupo de mujeres?, le pregunté. ¿De qué crees que se trata? Y él, que había hecho su tarea, me dijo en tono de pregunta: ¿El mercado de miniaturas?, refiriéndose a las Alasitas, que tienen lugar cada año en La Paz.
Le aclaré que no era nada de eso, que lo que se vendía en los puestos eran presentes para quienes en ese momento estaban graduándose de las distintas carreras de la universidad y que se fijara bien, que esas mujeres estaban ataviadas con sus mejores galas porque estaban allí para presenciar la colación de grado de sus hijos e hijas. Una carrera universitaria no se hace en 10 días, le espeté.
Esa escena me ha venido a la mente en estos días en que la hija del hermano Presidente se ha graduado, y el hecho ha dado mucho de qué hablar en las redes sociales, en canales de televisión y en radios. Hay quienes han criticado que los medios se ocupen de este hecho, que corresponde a la esfera privada de una persona. Pero eso no es tan así, una profesión, una titulación es un asunto público, y se puede sentir una sana curiosidad por cómo les va a los hijos de los poderosos de un país. Para bien y para mal, la joven es una activista política.
Una graduación en una universidad privada no merecería ningún reproche si es que el Presidente no hubiera tomado medidas para estrangular la educación privada en Bolivia (me refiero al congelamiento de pensiones y la obligatoriedad de aumentos salariales y a los dobles aguinaldos). Escoger una universidad católica habiendo otras, tampoco deja de ser una gran contradicción en un régimen que resiente la colonia y todo lo traído por los españoles, más allá del nuevo “bromance” entre Evo y el Cardenal.
Una vez más, son las contradicciones las que chirrían. Ha llamado también la atención que don Evo Morales no hubiera asistido a la colación de grado de su hija, pero considerando los abucheos, groseros e innecesarios, por cierto; en realidad, hizo bien en no ir al acto.
Algo que vale la pena subrayar es el tuit que Evo publicó diciendo que la joven era la primera profesional de la familia. Por el lado de Evo, es así, pero por el de su madre no, doña Francisca Alvarado (me he enterado gracias a un programa de Casimira Lema que está en Youtube) es abogada. Llama la atención que la figura de la madre de la joven haya quedado tan disminuida, no sólo en el tuit del Presidente, sino también en los reportajes y los comentarios respecto a este evento que, de todos modos, solo puede causar alegría y satisfacción a propios, y extraños.
El autor es operador de turismo
Columnas de AGUSTÍN ECHALAR ASCARRUNZ