El tenebroso caso del “bebé Alexander”
El 28 de marzo pasado, al día siguiente de que el Tribunal Décimo de Sentencia de La Paz hiciera pública su decisión de condenar a 20 años de cárcel al médico que tuvo la desgracia de estar de turno la noche de la muerte de un un bebé de ocho meses, en este espacio editorial expresamos nuestra indignación por lo ocurrido.
Calificamos el hecho como la comisión de “una monstruosa injusticia en nombre de una especie de rito de exculpación colectiva”.
Hoy, los motivos que dieron lugar a esa preocupación han renacido con inusitado vigor a raíz de la difusión de una grabación en la que la jueza y presidenta del Tribunal Décimo de Sentencia, Patricia Pacajes, quien tuvo a su cargo el fallo en cuestión, admite que para ella, no hubo la tal violación.
Las afirmaciones hechas por Pacajes en ese audio no sorprendieron a quienes siguieron de cerca el caso, pues desde mediados de noviembre de 2014, cuando se difundió la noticia que daba cuenta de la muerte de un bebé de ocho meses como consecuencia de horrendos vejámenes sexuales, comenzaron a acumularse las dudas sobre la manera como el caso estaba siendo encarado.
A partir de entonces, decenas de personas fueron condenadas a sufrir un calvario cotidiano. Similar suerte corrió un periodista de El Diario quien, por haber tenido la valentía de investigar los entretelones oscuros del caso, fue sometido a presiones que trajeron a la memoria los peores tiempos dictatoriales.
El caso dio un giro el 25 de marzo de 2015, cuando el presidente del Colegio Médico de La Paz presentó los resultados de un informe de ADN según el que habría quedado demostrado que el bebé Alexander no fue violado.
De nada valió la publicación de ese y otros informes pues, como lo reconoce la jueza Pacajes en el audio que comentamos, pudo más la firmeza con que desde instancias superiores se dio la orden de hallar un culpable y entregar al país un condenado. Pese a ello, ese documento tuvo la virtud de dar sólidos fundamentos a la sospecha de que todo el proceso judicial tenía como único y principal objetivo saciar la voracidad “justiciera” de una sociedad hastiada de la impunidad que la rodea, aún a costa de cometer una atroz injusticia.
Ahora, casi cuatro años después de la muerte del bebé Alexander, todo parece confirmar que las peores sospechas eran las más acertadas. Lo que da cabal idea de los tenebrosos extremos a los que ha llegado en nuestro país la putrefacción del sistema judicial y, peor aún, del aparato político que a la vez la nutre y se alimenta de ella.