Los símbolos de Cochabamba
Septiembre. Es como para una sátira de Ambrose Bierce: Medio país quemándose y Cochabamba sumida en humo de norte a sur y de este a oeste y, en semejante contexto, no faltaron quienes “festejaban” a una de las ciudades más contaminadas de América Latina tirando cohetes. Sería para arrancarse los pelos, pero el asunto es que cada año este escenario se replica, por ende, los obvios cuestionamientos al respecto se van haciendo repetitivos y rutinarios.
Como sucede con las exaltaciones patrióticas y/o regionales de ese calibre, nos regodeamos con cultos militares en supuesta “celebración” a una tierra devastada y agónica que requiere mucho más que eso para su sobrevivencia y recuperación. De esa manera, casi todas las expresiones políticas, institucionales, cívicas, partidarias, gremiales, etc. bien que se tragan los concebidos desfiles ovejunos llenitos de banderas y escarapelas en “honor” a un espacio territorial que, más de paso, queda convertido en un basural luego del show.
En ese sentido, impresionante lo acríticos que solemos ser buena parte de los ciudadanos al engullir, sumisamente, los cultos militares que denotan no sólo lo vacío y vano del “amor por Cochabamba” (o la “patria”), sino que, tozudamente, nos echan en cara que nuestra cultura política no tiene la menor intención de evolucionar y sacudirse las taras del militarismo y las culturas guerritas, y ello en un país que tuvo la desgracia de vivir más de una abusiva dictadura militar. Pero no, sordos, ciegos, ignorantes frente a la memoria histórica, hoy presenciamos que incluso los “progresistas” baluartes de la izquierda nacional, en su pensamiento y en su praxis, resultaron más o igual de “gorilas” que la mentada “derecha”.
Análogamente, la otra arista de la celebración de las famosas “efemérides” cochalas se resume a la banalidad: Desde la exhibición de los tragones que reducen la identidad cochabambina a protuberantes estómagos abarrotados de grasas saturadas (con muestras de genialidad sin precedentes al estilo del “trancapecho más grande del mundo”), hasta los que aseguran que los prototipos de los “notables” cochabambinos son modelos, misses, presentadores de noticias, etc.
Entretanto, un año más de presenciar lo mismo en el marco de la impotencia de una escuálida minoría ciudadana: Tanto le cantan los “patriotas” al verdor del río Rocha y el famoso río sigue sucumbiendo en nuestras narices, trastocado en pestilente mortaja de basura, desechos, aguas servidas, etc. Y mientras el Parque Tunari continúa sufriendo la devastación de los intereses de los especuladores de tierra y politiqueros en general, habrá que sumar el abandono, depredación y deterioro del cerro San Pedro y la muerte lenta de las lagunas que le dieron nombre a este lugar. Y si el río Rocha, el Parque Tunari, el cerro San Pedro y las lagunas no son los principales símbolos tangibles de Cochabamba, ¿entonces qué lo es? ¿Cuatro banderas gastadas, el coro desafinado de himnos militares, el “trancapecho más grande del mundo”, la Miss Cochabamba o los mamotretos de dudosa utilidad que nos “regalan” a título de obras públicas?
La respuesta a estas interrogantes, últimamente, parece más que evidente. Y qué doloroso reflexionar que tal vez nos gastemos los corruptos y usureros gobiernos que merecemos, porque, finalmente, nacen de nuestras entrañas. ¡Felicidades Cochabamba!
La autora es socióloga.
Columnas de ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA