Justicia podrida y nauseabunda
Nada se parece a la injusticia, como la justicia tardía, sostuvo Cicerón y al parecer es el caso del joven médico Jhiery Fernández. Si en algo el sistema judicial puede “resarcir” la injusticia cometida contra el galeno, es darle inmediatamente la posibilidad de defenderse en libertad. Se restaron cuatro años de vida a un ciudadano inocente, al que se le sentenció sin pruebas contundentes. El sistema judicial y sus autoridades implicadas solo querían un chivo expiatorio de tan horrendo delito, y que la sociedad lo linche si es posible. Pues eso se hizo, el joven médico fue tratado como un vil delincuente, sobran los detalles sobre su experiencia en la cárcel.
Hoy es Jhiery, mañana cualquiera de nosotros a quien la mala suerte acompañe y caiga en manos de esta justicia podrida y nauseabunda. Tantas irregularidades, no cabe duda que a Jhiery le acompañó la mala suerte en el contexto de una justicia infame y eso sería todo, pues el sistema judicial boliviano no parte de la presunción de inocencia del ciudadano hasta que se demuestre lo contrario; sino de manera opuesta, una persona es culpable hasta demostrar lo contrario. Son dos principios antagónicos, y en nuestro país se sigue el más inhumano que hace que en las cárceles existan cientos de casos de personas sospechosas y detenidas preventivamente, privadas del valor supremo de la libertad.
Siempre son los parias los que se llevan la peor parte, pues él junto a sus padres están viviendo un calvario, junto a erogaciones que van más allá de sus posibilidades. Lo risible e increíble en nuestro país, es cómo se va descubriendo la verdad. En los últimos días se ha conocido una grabación en la que una de las jueces, en una reunión informal confesó que se cometió una injusticia contra el joven médico y que sin pruebas fehacientes se condenó a un inocente. Qué repugnante vivir con la conciencia sucia y estar tranquila sin ningún remordimiento.
Hoy Jhiery, después de la audiencia en la que podía recuperar la libertad sigue detenido, los jueces, el sistema y las altas autoridades, como el vicepresidente, siguen haciendo la infame pantomima de hacer lo correcto, y dejar el asunto en manos de la Justicia. Con prepotencia e insensibilidad, le negaron la libertad. Lo cierto es que a este joven ciudadano se le sigue robando la vida, y para sus padres continúa la pesadilla.
No hay mayor pobreza de la democracia y de un Estado de derecho que la que sus ciudadanos se sientan desprotegidos, desamparados y estén a merced de una justicia podrida, nauseabunda, indolente y que no muestre el mínimo gesto de humanidad.
La autora es socióloga y antropóloga.
Columnas de GABRIELA CANEDO VÁSQUEZ