Santa Cruz en el año 2018
Cuando llegué, mujer, hijo y diplomas gringos, mi abuelo Nataniel García Chávez me acarreó a un cónclave de la Sociedad de Escritores y Artistas de Santa Cruz. Yo no era lo uno ni lo otro, pero quizá con la influencia de su cumpa don Pedro Rivero, me registró como tales en 1974. Ya antes me había puesto la zancadilla de pedirme un Curriculum Vitae y publicarlo casi in extenso en una hoja prominente de El Deber, que entonces era un tabloide casi folletinesco. Digo todo esto para subrayar que siendo un amazónico riberalteño, hace años que me unen lazos de recuerdos a Santa Cruz de la Sierra.
En estos días festivos, sin encontrar a Morfeo, me levanté en madrugada bailarina de musas y en una fresca terraza, con una luna roja por el este, que dos horas más tarde era blanca en el oeste, pergeñé estas reflexiones. Si hemos de hablar de causas y efectos, diría que Bolivia es un país de transformaciones debidas a desplazamientos poblacionales. Siendo todavía un inmenso país de escasa población y biodiversidad abundante, fue privada de su acceso marítimo al Océano Pacífico, que de todas maneras había descuidado. En la Colonia y sus años republicanos fueron sus recursos naturales: plata potosina, goma elástica riberalteña (hoy pandina), estaño altiplánico, entrañas hidrocarburíferas chaqueñas.
En el llamado “proceso de cambio”, destacan ventosidades chaqueñas, litio uyunense; hoy se habla de energía vegetal e hidroelectricidad, pero se acentúa la cornucopia cruceña: mar Atlántico al este por la Hidrovía Paraguay-Paraná; hidrocarburos al sudeste; alimentos vegetales y bovinos en las tierras tropicales del este que desnudaron los ingleses; valles mesotérmicos al occidente. Todo se abrió con el Plan Bohan, que delineó junto con la carretera Cochabamba-Santa Cruz el desarrollo cruceño. Porque si los delegados cruceños a la Asamblea Constituyente de 1825 llegaron tarde a la fundación de Bolivia en la grupa de sus caballos, quizá transitando por senderos desconocidos, por lo menos no votaron por anexarse al Perú, como los paceños.
Hoy sesenta mil personas emigran al año a Santa Cruz, informa un periódico. Warnes y La Guardia duplican su población aceleradamente. Es el presente, porque la telesis, la proyección al futuro, es la Nueva Santa Cruz, que se proyecta ampliando la urbe hacia Warnes y Montero en un ambicioso plan de construcción de enormes edificios en una ciudad inteligente, es decir, al compás de la nueva modernidad digital. Seguirá abriendo a Santa Cruz a nuevas corrientes vivificadoras, que sospecho estuvieron vinculadas a trancos poblacionales cada diez años. “Cochalas”, chuquisaqueños, paceños, potosinos y benianos son sus migrantes nacionales, unidos a brasileños, argentinos, mexicanos (y sospecho que venezolanos). Menonitas y japoneses acompañan el mosaico poblacional, para no hablar de ayoreos y rebalses anuales norpotosinos. Todos reclaman agua, luz, caminos, escuelas y hospitales.
La conurbación cruceña sumaría casi tres millones de gentes, y está entre las ciudades de mayor crecimiento en el mundo. Desde 1950 creció doce veces: de 250.000 habitantes en la mitad del siglo pasado, a casi 3 millones ahora. Las villas y ciudadelas parecen haber fagocitado a los antiguos barrios; su Feria (la Expocruz) es la más grande del país. Aparte de concretar el mayor proyecto de entonces, el gasoducto Santa Cruz-Sao Paulo es un cordón umbilical energético, a pesar de vaivenes de reservas poco hurgadas. Seguirán otros. La conexión por vías asfaltadas la une, por fin, al gigante Brasil, su mercado que hoy es de importación y mañana, de exportación. El nuevo aeródromo internacional en media Chiquitanía afianza la conexión con el mundo del aeropuerto de Viru-Viru. ¿Alguna vez ha sufrido el pandemonio de colmatadas terminales de transporte terrestre?: es un reflejo del acelerado pulso de crecimiento del país por Santa Cruz.
Un notable cruceño, Carlos Hugo Molina, proyecta que en 2032 nuestro país tendrá quince millones de habitantes. El 50 por ciento estará en el departamento cruceño; la mitad en la conurbación de Santa Cruz de la Sierra. Es el crisol donde se fragua la nueva Bolivia, con su “cruceñísimo picante de gallina con chuño”. Gallina “come puchi” debe ser, dura pero sabrosa. Gracias al cielo, Santa Cruz no tiene un altiplano helado para pisar papa y hacer chuño, porque la patata holandesa es grande pero insípida, digo yo.
Columnas de WINSTON ESTREMADOIRO