Pedagogía de la tristeza
Hoy estamos tristes como país. Los maestros que han pisado ya el aula, como aquellos que lo van a hacer enseguida, se habrán hecho la pregunta. Y ¿qué hago con la tristeza de mis alumnos, esperanzados como estaban en nuestro mar? ¿Podré seguir la clase como si no hubiese pasado nada? Claro, podrían comenzar, diciendo, como hace siglos fray Luis de León, al volver a clase en la universidad de Salamanca, luego de cinco años de prisión: “como decíamos ayer…”. Frase que ha quedado en la historia como equivalente a decir: “borremos aquello que no debía haber sucedido”.
Pero no, imposible borrarlo. Allí está. Y allí está la tristeza de nuestros estudiantes. Y la de su maestro y su maestra. La del país. Es ahora, más que nunca, cuando debemos recordar que la metodología pedagógica incluye, como fin, encauzar los sentimientos de nuestros alumnos.
¿Tienen los sentimientos alguna importancia en el aprendizaje? Hasta no hace mucho pensábamos que lo realmente importante eran los contenidos, los temas que el programa de estudios nos pide desarrollar. ¿Los sentimientos? Bueno, es algo que ayuda, se decía. Pensar en ellos era como tender a los niños y jóvenes una pequeña trampa para que quieran aprender. Una especie de stevia para endulzar el duro aprendizaje de las ideas, los principios, las fórmulas, los conceptos.
Nada más equivocado. Hoy en día, los hallazgos de las neurociencias, la neuropedagogía, pone a los sentimientos en el primer plano del aprendizaje de la vida, además del aprendizaje de los contenidos programáticos. Por tanto, colegas maestras y maestros, no podemos comenzar la clase de hoy, la de mañana y la de los siguientes días, como si no hubiese pasado nada. Como si la profunda tristeza que sentimos los bolivianos fuera un asunto a ignorar, y continuar nuestros cálculos y nuestras leyes físicas como si no pasara nada. No.
La neurología de los sentimientos, afirman los especialistas, nos enseña hoy que los sentimientos, en virtud de la unidad del ser humano, nos construyen o destruyen, porque tienen un papel decisivo en la vida humana. Lo vemos claro cuando estamos hablando de la salud ¿no es cierto? La actitud personal frente al dolor y la enfermedad es definitiva para enfrentar esas situaciones difíciles. Para enfrentar la adversidad. De eso, precisamente, se trata la tarea de educar los sentimientos. De ello depende, también, nuestro aprendizaje.
Las investigaciones científicas en esta área demuestran que los sentimientos –alegría, tristeza, ansiedad…– activan nuestro cerebro. Lo modifican. Elkhon Goldberg, neurólogo de la universidad de New York ha llamado a esto la “neuroplasticidad”. Es la ciencia que estudia el moldeamiento del cerebro a través de la actividad y del ejercicio de los sentimientos. Este concepto nos lleva directamente a una instancia pedagógica: conocer contenidos es importante, pero más importante es cómo esto crea mejor vida. Un nuevo paradigma pedagógico es la educación de los sentimientos. Para aprender cualquier cosa es necesario conocer y gestionar nuestras emociones. Para el caso que está provocando estas reflexiones, vale la pena decir que las emociones juegan un papel crítico en nuestras relaciones sociales –como personas y como país– y en la capacidad de tomar decisiones.
La pedagogía de la tristeza pide a los maestros crear las condiciones para que los alumnos sean capaces de reconocer sus propias emociones (nunca reprimirlas). Lo cual significa ayudar a que aprendan a desarrollar las destrezas necesarias para hacerlo. Las propias emociones y las de los demás. Así como a generar las estrategias adecuadas para poder gestionarlas dando una respuesta adecuada.
Más de uno de sus estudiantes y de sus hijos, luego de revisar la historia patria les hará la pregunta: ¿por qué se presentan tantas dificultades en la vida del país y se complica tanto resolverlas, aun teniendo la solución cerca? Si no se la han hecho, valdría la pena que nosotros nos la planteemos. Porque tiene consecuencias directas desde una perspectiva de la pedagogía de la tristeza. Nos toca a los educadores generar las condiciones para que nuestros niños, niñas y jóvenes aprendan a convertir un problema en una oportunidad. Lejos de apuntar educativa y socialmente a que la tristeza y la decepción nos encaminen como personas y como pueblo a la depresión, es tarea educativa preparar a nuestra niñez y juventud para el cambio positivo y para una nueva oportunidad.
¿Cómo hacerlo? Apuntaré solamente aquí a una acción inicial. Reconozcamos y aceptemos la tristeza, que durará, no será un acto temporal. Pero reflexionemos con nuestros alumnos sobre las diferencias entre la corrección jurídica y el sentido ético. Una sentencia de un tribunal puede ser correcta. No hay problema en aceptarlo. Pero ninguna sentencia elimina el carácter ético de los hechos históricos.
Las acciones simbólicas de patriotismo que realicemos en nuestras aulas para superar la tristeza o compensarla, no pueden quedarse allí. Deben llevarnos a producir reflexión sobre nuestro ambiente pedagógico y nuestro estilo educativo, para que permitan generar de manera permanente el concepto del derecho como horizonte ético que dispondrá a las nuevas generaciones para cambiar y para trabajar por nuevas oportunidades.
El autor es doctor en pedagogía
Jorge.riverap@tigomail.cr
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