Grúas, postas y enigmas
La resistencia de un conductor al traslado de su vehículo, estacionado en un área prohibida, que logró su objetivo con el apoyo de algunos ciudadanos que pasaban por el lugar; las denuncias en sentido de que quienes trabajan transportando los motorizados en infracción prefieren llevarse motocicletas en lugar de automóviles porque, como la multa es la misma en ambos casos, decomisar motos genera más recursos en multas, y la iniciativa de un concejal para que una nueva ley municipal reemplace a la ordenanza vigente desde hace seis años, actualizando las disposiciones al respecto, traducen un malestar colectivo que va más allá del tremendo fastidio y las pérdidas de dinero y tiempo que implican, para los conductores infractores, la recuperación de sus vehículos de algún depósito a donde lo llevó una grúa que trabaja para la Alcaldía… o para la Policía.
Ese malestar es mucho menos perceptible que el espectáculo, tan frecuente en varias áreas de la ciudad, que ofrecen los camiones cargando autos y/o motos o transportándolos. Pero es precisamente ese afán de decomiso, ejecutado con un celo sospechoso por una legión de empleados, lo que provoca preguntas inevitables:
¿Quiénes son los afortunados dueños de las grúas que se llevan los autos sin cesar durante unas 44 horas semanales y por cuyo servicio paga el multado? ¿Y los propietarios de los depósitos, postas los llaman, donde las grúas llevan los motorizados y cobran también al multado por cada minuto que su auto está allí? ¿Cómo los seleccionan para contratarlos? ¿Hay control sobre lo que se cobra y el destino que se da a ese dinero?
Quizás las respuestas a esas preguntas revelen combinaciones muy parecidas a lo que se llama asociación delictuosa. Nada sorprendente en una lógica donde las sanciones por estacionarse en un lugar prohibido no tienen el fin de corregir conductas citadinas que perjudican a todos, sino de recaudar dinero, eso, pura simplemente.
Periodista de Los Tiempos
Columnas de Norman Chinchilla