La entropía social en Japón
Uno de los retos de los historiadores es hallar las razones del colapso de grandes ciudades de la antigüedad, como Tiwanaku, en Bolivia, centro de una de las civilizaciones más importantes en las Américas, que colapsó alrededor del año 1000 d.C. Generalmente se atribuyen esos colapsos a factores externos (desastres naturales, invasiones) o internos (guerras civiles, sobrepoblación, crisis económicas).
La ciencia ayuda a comprender esos fenómenos sociales con el concepto de “entropía” que es, entre otras cosas, una medida del desorden de un sistema compuesto por un gran número de partículas (habitantes, en nuestro caso). Ese concepto, aplicado a ciudades hiperpobladas, es un indicador de la buena salud de las mismas. A mayor entropía (desorden) mayor es la probabilidad que tiene esa ciudad de colapsar o, cuando menos, de hacer la vida difícil a sus habitantes. En otras palabras, la entropía social es al urbanismo lo que la inflación es a la economía. Por tanto, la meta de cualquier administrador de ciudades es contener la entropía buscando “ordenar” lo más que se pueda la vida de su ciudad. ¿Cómo?
Una visita reciente a Tokio (24 millones de ánimas) me ha permitido aplicar esas consideraciones a una ciudad donde todo funciona, debido a una mezcla virtuosa de eficiencia tecnológica y educación cívica.
La primera es mérito de autoridades e instituciones que proveen servicios eficientes y fácilmente accesibles, como por ejemplo el sistema de transporte: metros, trenes, buses forman una telaraña de opciones que permite salvar grandes distancias en el menor tiempo posible en un marco de “seguridad cívica”, que significa que las cosas suceden como uno espera que lo hagan (frecuencias, puntualidad, cantidad de usuarios, etc., en cada medio de transporte).
A su vez, el aporte del civismo se manifiesta en el bajo uso del transporte privado, con la consecuente disminución de la contaminación ambiental, y en el uso generalizado de la bici para desplazarse entre los domicilios y los centros de servicios (costumbre incentivada por la topografía plana de la ciudad y los amplios estacionamientos que existen en torno a las estaciones de trenes).
He mencionado el transporte, pero el mismo concepto de orden para reducir la entropía se aplica al manejo de la basura o al sistema de suministros de bienes (mercados, centros comerciales, entregas a domicilio). Por ejemplo, una noche pasó un tifón y, en mi desvelo por el ruido ensordecedor del viento por el “túnel” de las estrechas calles del barrio, me imaginaba el desastre que encontraría al día siguiente. ¡Nada de eso! Bajo un sol radiante, cada vecino desde temprano había arreglado su cerca y recogido hasta las hojas caídas de los árboles, dejando al barrio limpio como si nada hubiera pasado.
Sin embargo, al igual que en la física, también la baja entropía social tiene su contrapartida. En efecto, el orden implica que una gran mayoría de la gente actúa al unísono: trabaja, se desplaza en las horas punta, ahorra, gasta criteriosamente (debido al reducido espacio de sus viviendas), se exige mucho y descansa poco. Es la rutina que conlleva aburrimiento, soledad, educación acrítica, una sombra de infelicidad y una elevada tasa de suicidios (aunque en descenso en los últimos años). No es casual entonces que en el (discutible) ranking de la felicidad, Japón ocupe un puesto “tercermundista” (51), cerca de Bolivia (58), muy por debajo de países de su mismo desarrollo.
Si Japón –mucho más que China– pudiera definirse como un modelo avanzado de comunismo, en la medida en que todos ganan lo suficiente para “vivir bien”, quedaría confirmado que la mera prosperidad no satisface todas las necesidades de la persona humana.
El autor es físico y analista
Columnas de FRANCESCO ZARATTI