Limpiando el paisaje
Aunque los tiempos ameritan para volverse monotemático y hablar de las futuras elecciones espurias a las que someterá el MAS al país, conocedor de que otros colegas columnistas tomarán el asunto con más solvencia que yo, he decidido dedicar estas líneas a un asunto que tiene que ver con mi oficio alimenticio, como diría Vargas Llosa, vale decir: el turismo.
Acabo de ver una foto y una grabación del templete semisubterráneo de Tiwanaku completamente inundado y he leído las múltiples críticas que se han dado automáticamente contra el Ministerio de Culturas, Turismo, y Asuntos Relacionados al Dakar (que ahora ya no pasa por Bolivia) y esta vez creo que a los críticos se les fue la mano, porque la posibilidad de que una infraestructura como el templete semisubterráneo se inunde es algo que puede darse por motivos ajenos a una responsabilidad institucional. Otros y muchos son temas que sí pueden afectar ese tesoro que tenemos en Tiwanaku y que deberían ser tomados en serio por el Ministerio.
Paralelamente a lo acontecido en ese edificio, lo que me lleva a escribir sobre este tema es un panorama que se ve a unos 10 kilómetros de las ruinas y que ilustra algunas de nuestras mayores debilidades, me refiero a las colinas de Lloko Lloko, en el camino a las famosas ruinas. Desde allí se puede tener una maravillosa vista, y es que se observa la Cordillera Real completa, desde el Illampu hasta el Illimani y, de paso, se puede ver inclusive algo del lago Titicaca. Dicen que el lugar es considerado sagrado por las culturas ancestrales y es ese el motivo de su mayor desgracia, porque la cantidad de basura que se encuentra en esas lomas destruyó cualquier opción idílica que pudiera ofrecer el paisaje.
Lo triste es que hace unos meses vi un contingente de personas dependientes del municipio de Laja haciendo una seria limpieza del lugar y la cantidad de basura que hoy se ve es algo que se ha acumulado en los recientes meses, tal vez en una semana de festejos y ofrendas a la Pachamama y a los achachilas.
En estos mismos días ha salido la noticia de que el presidente Macron está promoviendo la idea de sustituir el servicio militar obligatorio por un servicio ecológico que obligue a los jóvenes a limpiar lo que el resto de los humanos ensucia. La idea es brillante y podría tener variantes. Yo sugeriría que para salir bachiller, los jóvenes deberían hacer un servicio de limpieza de paisajes.
El asunto tendría beneficios estéticos para todos y didácticos para las futuras generaciones. Sin desmerecer la posibilidad de hacer un servicio civil que ayude al ciudadano en dificultades, en temas de atención más especializados, y que reemplace el servicio militar obligatorio.
A eso, por supuesto, debe crearse un sistema de multas brutales para quienes echan escombros a las veras de los caminos. No quiero decir que con esto se solucionaría gran parte del problema ecológico del país, pero sería un gran comienzo que nos beneficiaría en nuestra calidad de vida a todos, e implicaría una gran herencia para las generaciones futuras. Y, de paso, muy de paso, eso también beneficiará al turismo.
Bolivia no tiene grandes tesoros arqueológicos , más allá de la importancia de Tiwanaku, pero tiene paisajes entrañables, ese es un bien que debe ser cuidado con gran celo y que es amenazado de la peor manera por la modernidad, y no sólo por los depredadores criminales, sino por el ciudadano de a pie, mal educado, que es capaz de ensuciar con su granito de arena –vale decir, con su botellita o su bolsita– todo el paisaje por donde pasa la red caminera del país.
Con la ingenuidad que me gusta cultivar, dedico esta columna a los candidatos de las justas electorales del próximo año. Curiosamente, es algo que podría ser atractivo para cualquier frente.
El autor es operador de turismo.
Columnas de AGUSTÍN ECHALAR ASCARRUNZ