Lenguaje inclusivo
Hace unos días compartí en mis redes sociales un cartel que decía: “Lenguaje inclusivo nivel avanzado: … buen día, permiso, adelante usted, por favor, perdón, buenas noches, GRACIAS”.
El cartel fue compartido 123 veces por algunos de mis contactos y por personas que no conozco. Me sorprende el dato, porque no se trata de un meme gracioso, sino de un simple mensaje emitido en tiempos tecnologizados y complicados.
Llama también la atención, porque el titular decía lenguaje inclusivo y no se refería al uso de la letra e, tan de moda entre los adolescentes, quienes hablan y escriben frases como: “Hay poques diputades que están indecises. Queremos demostrarles que a nosotres no nos va a pasar por al lado que decidan que sigan muriendo mujeres”.
Según Karina Galperín, doctora en Lengua y Literaturas Romances por la universidad de Harvard, la creación de un tercer género neutro responde a la incomodidad con el masculino genérico. Y relaciona este fenómeno a los cambios sociales que se dan hace al menos medio siglo, con la creciente presencia femenina en la esfera pública.
Por supuesto, se han levantado voces en contra de este tercer género y lo han calificado como una moda o un capricho pasajero; incluso ha salido al frente la Unesco que dice que el debate sobre el lenguaje inclusivo no es nuevo ya que hace más de 20 años sugirió que se hablase de niños y niñas en lugar de sólo niños.
Al margen de estas discusiones, el asunto de fondo recae sobre estas sencillas palabras que han cautivado a más de un centenar de personas y que están cayendo en desuso.
Cuán fácil es decir gracias, por favor, perdón, buenos días y cuán difícil es encontrarlas en un trufi, en el seno familiar, o en organizaciones públicas y privadas.
El significado de gracias es la honra tributada por el reconocimiento de un favor. Y por favor es pedir una ayuda. Así de simple y así de complicado. Complicado porque, para ciertos grupos sociales, parecen fórmulas de cortesías viejas y rancias.
Sin embargo cuando llega el momento crucial, son ellos quienes acuden a estas fórmulas añejas, especialmente si quieren salirse con la suya.
Sería más fácil y mejor para la sociedad que estas palabras, que no tienen nada que ver con luchas y derechos sociales, se usen en todo momento y no sólo en momentos de necesidad.
Vivir agradecidos es una actitud de vida. Generosidad y buenos sentimientos nos pueden prodigar una mejor convivencia en lugar de andar con la jeta barriendo el piso, gruñendo y esperando conseguir buenos resultados.
Cuando entendamos eso, daremos un gran paso hacia adelante.
La autora es magíster en comunicación empresarial y periodista
Columnas de MÓNICA BRIANÇON MESSINGER