Brasil votó contra la corrupción
Con el gigante de al lado compartimos una extensa frontera. Es ocho veces más que el nuestro su territorio. Y, sin embargo, al ver que otros se llevaban un pedazo también él hizo lo mismo en 1903. Alberga a algo más de 200 millones de almas. En economía, está entre las 10 más grandes del mundo. Para más cuenta, es la patria del gran novelista Jorge Amado. Un periodista boliviano, después de visitar, dijo: “Brasil todo hace a lo grande”. En asuntos de hoy no actúa de otra forma. Ya se verá.
Repasemos un poco la historia. Al iniciarse el milenio el Partido de los Trabajadores (PT), aun siendo de izquierda, arrancó con el otro pie; incluso guerrilleros de otrora arribaron al poder. El mercado internacional repercutió en su economía y generó un significativo caudal de recursos. El neoliberalismo cedió su campo al ignoto socialismo del siglo XXI y el metalurgista Inácio Lula da Silva se hizo de la presidencia. Corría 2003 en el calendario.
“El poder y la caída”, titula un libro de Sergio Almaraz. Lula nunca ejerció el socialismo con la radicalidad del comunismo en otras partes. Estos consejos a Evo ilustran su temperamento: “gobierna para todos y no te pelees con los medios”. En un país de desigualdades, dedicó su mayor esfuerzo a combatir la pobreza; en ese empeño logró reducir el índice de la población afectada; se convirtió en una figura de gran popularidad, pero también empezó a proyectarse en su gobierno la sombra de la corrupción. Procesado por varias acusaciones, fue encarcelado. Su sucesora, Dilma Rousseff, no tuvo mejor suerte: fue destituida en 2016. La aguda crisis de la recesión no se pudo superar. En 12 años, Brasil tocó el otro extremo: a la expectativa siguió el desengaño.
En esa circunstancia surgió el hombre. Antes de que sea candidato presidencial se conocía la rudeza de su carácter y su admiración por el populista Trump. Sin trayectoria política, el problema que confrontaba el país lo catapultó. Jair Bolsonaro (podía ser otro personaje desconocido) utilizó en su campaña el anticomunismo como bandera, pero no fue ése el elemento decisivo. Se echó del poder a los socialistas no por ser tales sino por corrupción. Se prefirió a un hombre de mano dura; así sea “homofóbico, misógino y racista, pero no ladrón”. En contraste, se lo considera al ex militar un hombre sincero y honesto; virtudes ignoradas por los políticos tradicionales. Por eso cobró fuerza la consigna de votar contra ellos.
En realidad, no se votó por Bolsonaro sino por el hombre que representaba la causa. El apoyo emergió del subsuelo de la sensibilidad que trasciende lo político y se inscribe –por su propia gravedad– en la agenda de los valores humanos, como la honradez. Ahora falta saber hasta dónde es digno de esa confianza. A muchas cosas sólo el tiempo da la respuesta. Se menciona con susceptibilidad la palabra ultraderecha, y es en todo caso un producto del medio social y político. Pero Brasil sigue siendo un ejemplo. La democracia funciona y hay independencia de poderes. La institucionalidad se mantiene incólume.
El autor es ciudadano de la república.
Columnas de DEMETRIO REYNOLDS