El péndulo doble
Un experimento de física muestra cómo el caos surge del orden. Para armar la experiencia basta colgar un péndulo, a otro péndulo. Entonces, ocurre una sorpresa anti intuitiva: de pronto, se manifiesta el caos… y vemos que solamente la inercia, la falta de energía, lo detendrá.
El péndulo de arriba oscila en un trayecto regular, como un reloj. En cambio, el péndulo de abajo, el añadido, no repite nunca un mismo trayecto, sus movimientos son repentinos, siempre distintos, imprevisibles, caóticos. Ver esto es fascinante porque no es una representación, es un hecho absolutamente real. Puede verse en YouTube, buscándolo como “péndulo doble” o “double pendulum”: https://www.youtube.com/watch?v=AwT0k09w-jw
¿Es descabellado hallar similitud entre la política boliviana y el atisbo del caos que nos ofrece este experimento de aula?
El primer péndulo, el previsible, tendría semejanza con el Estado de Derecho, con leyes acatadas por todos los habitantes de un país. Y, sobre todo, por los que ejercen el poder político, que cumplen su deber de hacer respetar la ley que sirven. En un país como ese, todos los enfrentamientos políticos se dirimen pacíficamente. Y solamente intervienen en política los movimientos que acatan el Estado de Derecho. Dirimir es el acto del voto ciudadano para resolver una controversia. Al dirimir una cuestión, el voto la deja zanjada y deja de existir como conflicto. Hay paz en la ley. Todo esto, según un proceso preestablecido por un acuerdo fundamental que llamábamos Constitución Política del Estado y que era la plomada de nuestra sociedad.
Por su parte, el segundo péndulo, ilustra lo que ocurre cuando se desbarata el Estado de Derecho. Entonces, el caos deja entrar todos los poderes al juego político: al narco, a la trata y tráfico, a gobiernos extranjeros, a grupos armados, a los poderes no-deliberantes del estado... hasta el aleteo de una mariposa puede influir en los procesos políticos de un país sin Ley Fundamental. Y esto porque las colisiones que ocurren ya no pueden ser dirimidas pacíficamente por el voto ciudadano. Ahora, solo la violencia -física, extorsiva o seductora- tiene poder para dirimir. En una dictadura, los monótonos vaivenes de la violencia reemplazan los debates, las innovaciones que ocurren en una democracia.
Los que desbaratan el Estado de Derecho tienen la pretensión de controlar el caos que provocan. Siempre anuncian un “gran cambio”. La euforia los convence -como al aprendiz de brujo- que tienen un pacto con el caos para prever y ordenar eventos. La euforia también los lleva a impulsar con mayor energía el caos. No entienden que el caos es incontrolable porque allí solamente suceden eventos imprevisibles. La inteligencia es inútil, el pragmatismo es una ilusion.
Por eso, la mayor insensatez de un gobierno es desbaratar el Estado de Derecho. Al abrir el caos, permite surgir muchos poderes, hasta dentro de su propio movimiento. En el pasado, el gobierno enfrentó un poder que llegó a asesinarle un viceministro. En el futuro ¿bastará el carisma de sus jefes o la fidelidad de las FFAA? Eventos imprevisibles dañan ese carisma -una cara conocida, un olvido de la tabla de multiplicar, la perdida de una medalla, son solo los ejemplos más cómicos; hay otros mucho más serios que ya están erosionando su alianza con las FFAA y con otros aliados fundamentales.
Y la oposición, hoy tan eufórica con sus nuevos partidos, ¿podrá mantener una respuesta hacia un poder que se está tornando volátil? ¿Qué otros eventos imprevistos pondrán en jaque su pragmatismo? ¿Con cuáles otros poderes emergentes se aliará y dejará fagocitar su pequeño carisma?
En la civilización democrática, la plomada de la política es el voto ciudadano legal. Cuando este desaparece, la política cesa de construir porque no logra continuidad. Solamente registra eventuales y monótonos fracasos-éxitos por explosión violenta. Por eso, desbaratar y permitir que se desbarate el Estado de Derecho de nuestro País es un crimen contra toda nuestra sociedad, pues abre la vía a la estúpida ferocidad.
El autor es actor y ciudadano
Columnas de LUIS BREDOW SIERRA