Guerreros digitales de uniforme
La tecnología y su inevitable avance, ha posibilitado dotar de una serie de herramientas a los usuarios, no solo en el plano de la comunicación en tiempo real, sino en el acceso a aparatos con capacidad de concentrar una multiplicidad de funciones y aplicaciones de incalculable valor. Si a ello añadimos que el conocimiento humano ha sido capaz de generar plataformas de comunicación a través de la red del internet, y que estas se han constituido en un poderoso vehículo de comunicación y transmisión de las noticias, las ideas y el pensamiento, entonces estamos frente a nuevos paradigmas que han cambiado la manera de actuar de las personas y generado procesos de interrelación humana que antes eran impensables.
Hoy, en cuestión de segundos uno es capaz de conocer la vida de un individuo o las actividades que lleva a cabo sin necesidad de contacto personal; hoy, las RRSS tienen la poderosa virtud de convocar concentraciones de gentes con idearios comunes y generar movimientos como la Primavera Árabe, por ejemplo.
Bajo ese parámetro, cualquier incidente puede ser inmediatamente reportado por grabación o filmación, por lo que a los aparatos celulares, más allá de su utilidad en términos de conversación, habría que calificarlos como “la guillotina del siglo XXI”.
Así es. Son éstos los que han pasado a convertirse en artefactos con cuyo uso se han develado conversaciones, acuerdos, negociados, chantajes y un sin fin de hechos que han dado curso a procesos de naturaleza legal e investigativa que han tumbado gobiernos, empresas, empresarios, políticos y que, incluso, ha servido en un caso reciente, para que un inocente recupere su libertad tras cuatro años de injusto encierro.
Al no estar exentos de toda esta vorágine, en días pasados causo revuelo nacional la filtración de un audio en el que jerarcas de la Policía Boliviana daban cuenta de actos de seguimiento digital a ciudadanos considerados “de oposición”. Los involucrados, rápidamente, negaron haber estado en afanes de persecución y seguimiento y, más bien optaron, sin negar el audio y el encuentro reflejado en él, por señalar que mucho de lo que se dijo fue editado con el propósito de perjudicar y manchar la imagen de la Policía y de sus autoridades. Frente a ello, el rechazo del Gobierno en alguno de sus niveles fue vehemente.
Nunca oí que se haya negado la autenticidad de la reunión, ni que esta no se haya producido. Lo que se hizo fue atacar lo expresado por los policías, bajo la lógica de situar en la opinión pública dudas razonables sobre la veracidad del audio, en términos de lo que se dijo y su probable edición y montaje. Por tanto, una primera conclusión pasa por dar por cierta la cita en la que los policías informan “algo”, avalada (en el análisis) por la reacción virulenta de las autoridades del Ministerio de Gobierno que anunciaron que ya tienen los nombres de los infelices (eso lo aporto yo) que osaron grabar y divulgar el audio y que la filtración sería investigada.
Nunca se negó la cita en la que el comandante de la Policía y el jefe de Inteligencia hablaron de un plan de seguimiento a opositores y, lo que es peor, de la creación de “información y desinformación” de la opinión pública en favor del MAS. Algo así como lo que gustaba hacer Goebbels. Lo que es cierto, es que Evo ha manifestado su preocupación por el norte de las RRSS respecto a su candidatura y gestión de gobierno. Lo otro, no menos importante, está referido al rol constitucional que desempeña la Policía. Su deber es la conservación del orden interno, la defensa de la sociedad y el cumplimiento de la ley, no otra cosa. Por obviedad, a sus miembros les está vedado ejecutar actos de persecución y, peor aun, ser serviles al gobierno de turno, el que fuere. Lo primero es la institución y lo segundo también.
Es razonable, por tanto, aguardar una conducta en ese sentido, que será apreciada por policías y ciudadanía que, con sobrada razón, han reprochado lo que parece un acto de notorio papanatismo.
El autor es abogado.
Columnas de CAYO SALINAS