Nueva temporada de accidentes
Una vez más, como ya es tan natural como la llegada de la época de lluvias y la consabida cadena de desastres que éstas ocasionan, se ha iniciado también durante los últimos días una nueva ola de accidentes de tránsito en distintas carreteras de nuestro país.
Estos accidentes han vuelto a recordarnos que éste es uno de los muchos problemas pendientes que los bolivianos no estamos siendo capaces de solucionar. Peor aún. No sólo que no se produce ninguna disminución en las estadísticas que nos ubican como uno de los países con mayores índices de muertes ocasionadas por accidentes automovilísticos, sino que se mantiene una tendencia hacia un constante empeoramiento pues con cada año que pasa el mal se agrava.
A tal punto se ha llegado porque, igual como con otros asuntos de interés colectivo, tanto entre autoridades como entre la ciudadanía en general parece haberse impuesto una especie de resignada aceptación. Ya no conmueve la frialdad con que se contabilizan las muertes y aunque las principales causas del problema están plenamente identificadas, no se vislumbra ninguna política pública encaminada a afrontar con alguna seriedad el problema.
Lo más deplorable del caso es que por lo recurrentes que son las olas de accidentes, ya resulta muy fácil prever cuáles serán sus próximos episodios. Se puede dar por hecho, por ejemplo, que a medida que aumente la intensidad de las lluvias aumentará también la frecuencia y gravedad de los accidentes. Cuando eso ocurra, se anunciarán medidas para hacer algo al respecto. No faltará quien proponga endurecer las sanciones para castigar a los causantes y se destinarán cuantiosos recursos a la adquisición de “modernas tecnologías” para evitar tanto derramamiento de sangre en los caminos del país.
Igualmente previsible es que las causas principales del problema se mantendrán intactas. Los conductores podrán seguir embriagándose impunemente ante la ausencia de agentes de tránsito en las carreteas; tampoco habrá policía caminera capaz de evitar el exceso de velocidad, las invasiones de carril, el uso de llantas en pésimo estado o el mal uso de luces. No se hará lo suficiente para mejorar el estado de los caminos, sobre todo los secundarios, y mucho menos para dotarlos de la necesaria señalización.
Tan absurda e inadmisible como todo lo anterior es la ligereza con que año tras año se anuncian enormes gastos con el pretexto de dar seguridad a los viajeros.
En tales circunstancias, no resulta sorprendente la naturalidad con que casi a diario se suman las víctimas de los caminos de Bolivia.