Hipotecando el futuro
En su gobierno, Cristina Fernández de Kirchner prohibió la exportación de carne vacuna, porque era cara y el pueblo argentino quería comer. Bien que podían comer carne de pollo, que es barata cuando el alimento avícola es soya. Pues se exportó la soya y se comió localmente la carne de vaca. En este ejemplo tenemos en acción lo del exterminio de los caballos en la prehistoria americana y, también, lo de la exigencia araucana de comer carne de yegua; sólo que en este siglo XXI la carne de yegua ha sido reemplazada por la de res. El principio lo ejemplificó Borges, cuando afirmó que él no comía carne de gallina (alias pollo), porque eso era comida de esclavos. Hay que recordar que Borges era, en lo fundamental, un hombre del siglo XIX, además que era necio en cuestiones políticas.
Este principio argentino se apoya en grandes pecados de la carne. Hasta el siglo XIX se exportaba cueros de bovinos desde Buenos Aires y de la costa uruguaya. Se hacían redadas de vacunos para matarlos y sacarles sus cueros, que una vez secos eran enviados a Europa. La carne se pudría. Aclararé que de las santas escrituras israelitas se ha podado las partes en que se afirma que la matanza de animales es un grave pecado, el verdadero pecado de la carne.
Por el mismo principio que se mataban reses sólo para aprovechar los cueros, en Buenos Aires en la primera mitad del siglo XX los restaurantes botaban con la basura grandes cantidades de comida, particularmente el pan que ya no era del día. Personalmente he visto en restaurantes en Estados Unidos personas encargando demasiada comida, de modo que finalmente dejaban la mitad en sus platos para que luego fuese a parar a la basura. En cadenas americanas de restaurantes de comida rápida, se fríen hamburguesas y si no se las vende sobre la marcha, pues van a la basura.
Se aduce que la comida es un bien económico más y como tal puede desperdiciarse. Falso e impío. El pan es la cara de Dios, en el sentido que ha sido el sustento fundamental (así sean papas o choclos) de la humanidad agrícola. Es lo que da Dios, en cuanto providencia. Si además es carne, la cosa es brava. Para conseguir esa carne se ha matado un animal; así que despreciarla y arrojarla a la basura sin más, es pecado contra la naturaleza y las leyes morales que genera el discernimiento humano.
Señalé anteriormente que, cuando los amerindios exterminaron los caballos en el continente americano, hipotecaron su futuro. Si este desprecio a la economía en el cuidado de los animales se perpetuó, para reaparecer por ejemplo en la predilección araucana por comer carne de yegua, tenemos prácticamente un pecado que ha pesado mucho en el devenir de los pueblos amerindios.
Y sin embargo de lo dicho tenemos una excepción, la de la civilización andina, de la cual la cultura incaica fue su última fase. En la civilización andina se mataron animales domésticos para comerlos. Era necesario hacerlo, porque el consumo de carne, huevos y leche es imprescindible en la alimentación humana. Una vez que se había quitado la vida a un animal, se lo comía íntegramente, excepto su cuero porque se lo aprovechaba de otro modo. Los huesos hervían al menos en tres sopas; luego se los secaba al sol y entraban al fogón. El animal doméstico que se había matado por necesidad, era respetado, ya que no se lo desperdiciaba.
Las autoridades incaicas prohibían la caza de vicuñas y de otros animales. Cada varios años se hacían gran cacerías, prendiéndolas vivas, de modo de esquilarlas y soltarlas nuevamente, aunque se mataban algunos machos, por ser innecesario conservar a todos para su reproducción. Lo mismo ocurría con los bosques, porque las autoridades incaicas prohibían su tala; sólo se cortaban los árboles en forma selectiva.
De lo dicho se tiene que, cualesquiera fuesen las limitaciones de la antigua civilización andina, se había adoptado una política respecto a los animales y a los bosques, que se demarcaba del derrotero destructivo recurrente en los demás pueblos amerindios. Era una política producida quizá, más que por argumentos de ética, por un sano entendimiento de qué es lo económico, en un sentido amplio. Por los ejemplos antedichos, se tiene que los araucanos eran malos ecónomos, mientras que los incas y sus antecesores culturales, eran buenos ecónomos.
Ese camino andino y para el caso incaico, es el que actualmente se ha abandonado en Bolivia. Las consecuencias serán terribles a largo plazo, cuando el pueblo boliviano quede preterido. ¿Qué debe hacerse? Modificar este camino del mal que se ha emprendido; aún es tiempo.
Columnas de BERNARDO ELLEFSEN