Quejas, reclamos y propósitos de año nuevo
Mi hermana trajo una mesa dulce de Oruro, donde había ido a resolver problemas.
– Necesitamos una suerte como la chiripa que te hace ganar una rifa, que te salva por un pelo, que marca gol. Necesitamos un big bang de suerte, me aclaró.
– Eso es pichanga, le respondí. Y fui a buscar carbón y brasero.
Pasamos un buen tiempo admirando la primorosa mesa orureña. Colorida, aromática, espolvoreada de misterios que se enredan en lazos de lana…
Mi hermana pasó a explicarme el ritual para alcanzar. Pero, en vez de orientarme como a un turista, cambiando de nombre a los puntos cardinales, me explicó que lo apropiado era dar tres pasos mentales. Es decir, concentrase en ciertos pensamientos:
– Primero hay que quejarse con mucha lágrima, luego hay que reclamar con mucha vehemencia y finalmente hay que seguir pidiendo, pero con algo de gentileza.
Yo, que tengo veleidades de politólogo, no pude dejar de murmurar: “bloqueo gasificado, pliego petitorio y firma de convenio”. Mi hermana me reclamó silencio y respeto. Y me ordenó atizar.
En premió me alcanzó una espumosa cerveza. Luego me sirvió unos singanis muy bravos. Yo le hice notar que no era prudente beber alcoholes destilados luego de beber fermentados, pero ella me dijo que para “kaikearse biencito” convenía “estar bien uva”. Además, los problemas gástricos tenían la ventaja de dar un motivo más de queja.
Obedecí.
Mi hermana recibía a los parientes y amigos con dignidad y administraba el alcohol. Era evidente que riego era bueno pues la conversación tendía a ser quejumbrosa: Algunos se decepcionaban por la tardanza del litio, otros del futbol sintético; y todos de la política. Además, como nuestra reunión era familiar, los unos se quejaban de los otros. “Quizás más tarde se agarren a sopapos”, susurró mi hermana y pasó a quejarse del desastre que se aproximaba.
“Lamento boliviano”, me dije y me fui alejando de la gente, con paso ya inseguro, vapuleado por mis desventuras.
Recordé vicisitudes y peripecias, rumié desencantos, me insulté con confesiones vergonzosas y levanté el puño al cielo reclamando por las tardanzas de la justicia, las insolencias del opresor, las afrentas de los soberbios, las astucias de los ladrones que saben legislar y el obsceno deseo que tienen los tiranos de castrar a sus pueblos …
Cuando mis quejas me llevaron a sollozar las congojas del amor desairado, sentí que me estaba hundiendo en el ridículo y desperté de mi delirio con una sonora carcajada.
Luego de un largo silencio, volví a mi diálogo con la Pachamama y fui balbuceando algunos pedidos tímidos. Pero, me fui enardeciendo y pronto me escuché vociferando exigencias. Otra vez con puño al cielo grité reclamos vehementes y exigí satisfacciones inmediatas. Me entró el orgullo al cuerpo. Si la Pachamama me castigaba con un rayo, moriría, pero moriría con una victoria moral. Preparé mis últimas palabras; sonoras, históricas…
Sin embargo, bastó una breve pausa en mi furor para mirarme en el ridículo. Me avergoncé y torné más razonable: Ordené mis pedidos según pertinencia y factibilidad. Prioricé demandas. Saque lápiz y papel para redactar el pliego petitorio.
Y cuando me sorprendí escribiendo un ayuda-memoria dirigido a la Pachamama, con cronograma y presupuesto; comprendí que el ritual de la qoa me había conducido a precisar mis falencias y proponerme un programa de acciones y remedios ¡como un diagnóstico de ONG!
Luego de la perplejidad, comprendí que debía dirigir el ayuda-memoria a mí mismo. Un poco avergonzado guardé mi papelito.
Regresé a la reunión. Seguían vociferando. Pocos habían llegado a percibir su propio ridículo.
Sin embargo, hallé algunos consolándose recíprocamente por las patadas que se habían administrado. “Nunca más, hermanitos”, sollozaban; “los bolivianos siempre nos detenemos a un paso del abismo”, aseguraban. Mi hermana empuñaba una escoba y hacia evidentes sus intenciones.
Yo me fui a dormir en paz.
No sé si cumpliré mis sanos propósitos. “Borracho estaba, no me acuerdo” … Pero, quizás con el retorno de la sobriedad, sobreviva algo de la aventura interior, que culminó con una lista de órdenes que me doy a mí mismo, para ganar la suerte que merezco.
Antes de dormir, recé como un niño, embargado por un sincero agradecimiento a la Pachamama y a todos los Achachilas de nuestra cultura por habernos legado un ritual que es una sabia – aunque agitada – terapia.
¡Feliz año nuevo!
El autor es actor y ciudadano
Columnas de LUIS BREDOW SIERRA