Yo no olvido el año viejo
“Porque me ha dejado cosas muy buenas…” Tal vez a muchos, en lo personal, les ha levantado el ánimo esa canción festiva. Pero en lo que hace al país, no lo repetiríamos sino al revés. El 2018, que ya “ha pasado a formar entre los muertos”, como dice un poeta en El brindis del bohemio, nos ha dejado un cúmulo de sucesos nada agradables. Es el año en que abogados, fiscales y jueces de mala conciencia sentenciaron a 20 años de prisión a un inocente; también el de una doctora que por mala praxis médica extirpó el órgano sano de un niño; y el de una canica alevosa que persiguió a Jhonatan hasta dar con él, para victimarlo, en El Alto.
Esos, aun siendo también dramáticos, sólo son cartas y espadas en un contexto más amplio y más desastroso. Los otros, los que subrayará con rojo la historia son, a nuestro juicio, aquellos que se marcan con trágica relevancia. Los comentaremos, brevemente, en las líneas que siguen:
El mar en La Haya se nos esfumó como una quimera. No hay peor mal que el que uno mismo se hace, sin querer, con sarcástica ironía: ir por lana hasta Holanda y volver trasquilado. Al final, sólo sirvió para el paseo turístico de los convidados de piedra. El Tribunal pulverizó uno a uno todos los alegatos plurinacionales. El iluso entusiasmo no dejó advertir la inclusión de dos palabras que determinaron la derrota: “Obligación” y “soberanía”. Chile anticipó su respuesta. Resultado: las puertas del Pacífico están ahora cerradas para el diálogo sobre el mar con soberanía. Ese fue el logro del “impecable equipo jurídico”.
El hecho de que la medalla del libertador Bolívar, se haya dejado en una mochila en la puerta de un prostíbulo, mientras el portador, urgido de otra cosa, hacía “pieza” dentro, también tiene ribetes de ironía y crueldad. Pero todo en la vida tiene alguna explicación o como dijera un filósofo: es la lógica inmanente de las cosas. La mochila y la actitud desaprensiva del militar son la expresión del desprecio con que se ven los símbolos de la república ignorada; por lo que no es pues un accidente ni una casualidad. Aquel ciudadano que tuvo el tino de devolver la joya es moralmente superior a todos los funcionarios, civiles y uniformados, del Estado Plurinacional.
El auge de la corrupción tiene su propia huella; se cuelga en racimos del edificio que ostenta una opulencia ficticia. Tenemos las fronteras abiertas para que esa sombra se proyecte hacia dentro. Bolivia es un país de contradicciones extremas. Se dice que la pobreza disminuyó notablemente, pero la visión de la realidad lo contradice. ¿Quiere convencerse? A pesar de ser oscuro todavía, en las largas filas para recabar una ficha de consulta médica verá la otra Bolivia irredenta y sufrida. Y después, claro, regalamos a unos estafadores chilenos la friolera de 47 millones de los verdes. Los beneficiarios y los cómplices –todos burócratas del Estado– están libres, disfrutando felices del botín de la corrupción.
Finalmente, tenemos a la vista el “golpe artero a la democracia”; las primarias y la inscripción de binomios no son otra cosa. Para eso la “banda de los cuatro” ha vuelto y de un palitroque ha dado fin con la precaria existencia de doña democracia. Sucedió exactamente el 4 de diciembre recién pasado; los bufones de la politiquería ríen y bailan a su alrededor. El TSE –con su florerito al medio– no disimula su contento, está feliz. Y los candidatos truchos, esos que no quieren dejar el timón, son los triunfadores de la hora.
Pero con todo, al comenzar este año, dando buena cara al mal tiempo, hagamos de la esperanza una profesión de fe, y haciendo acopio de todas las energías renovadas, enfrentemos con valor los rigores del destino. Amigos: ¡Feliz año nuevo!
El autor es escritor, miembro del PEN Bolivia.
Columnas de DEMETRIO REYNOLDS