La futilidad de prejuicios y muros
Alguna vez lo conté. Hace más tiempo del que quisiera reconocer, en La Paz me encontré con un amigo acompañado de su esposa, una bella rubia del sur brasileño. Sostuve animada charla hasta que asomó el racismo de la “choca”. Cargaba un par de cedés y esperé su bamboleo con el ritmo de Gal Costa. Entonces, cual domador valiente clavé espuelas a la yegua brava, instando a rememorar a la bahiana orgullosa de las tres raíces –europea, indígena y africana– de su país.
Trajo a la mesa el racismo y los prejuicios. Las gentes no son todas racistas, pero casi la mayoría tiene prejuicios.
Uno, el diputado cobijado bajo el ala del nuevo presidente de Brasil no merece tal rasgado de vestiduras bolivianas al expresar ideas prejuiciosas sobre el país de indios que tenemos, y el régimen comunista del gobierno actual. Bueno, el sesgo “indigenista” inicial ya ha mutado a un “darwinismo social”, concepto que poco entienden los que no han leído a Darwin y su noción del origen evolutivo de las especies.
Dos, cavilo sobre el paulatino resbalón de la incipiente democracia boliviana hacia un autoritarismo indiferente a la ley, tal vez copiando ejemplos castristas, nicaragüenses o venezolanos, pero todavía sin llegar a la noche totalitaria del comunismo. Aunque “cerebritos” como el Vice declare ser comunista y su Jefazo lo acullique.
Se podría resumir en que la gente tiene prejuicios sobre todo lo que es diferente, sea por color de piel, idioma u origen. Yo voy más allá: vislumbro un racismo europeo (y EEUU es creación inglesa) hacia diferentes gentes: ¿Jesús tenía ojos celestes? Hispanoamérica es hechura española, pero sus rasgos históricos difieren. Aún recuerdo un libro de historia donde uno sostenía que Argentina era “la única república blanca al sur del Canadá” ¿Qué dirán los chilenos odiadores de mapuches?
Pobre Bolivia, gobernada por resentidos que creen que el cambio social se hace a dedo; con su diversidad étnica y cultural, sostuve que balcanizan el país con treinta y pico “naciones”: en mi opinión ocultan la primacía aimara en un variopinto país mayoritariamente mestizo.
Pensé titular esta nota “El muro de Trump, la Gran Muralla china y The Wall de Pink Floyd”. Hurgando enfoques sobre el muro del demagogo, sorprende su futilidad: son más de cinco mil millones de dólares disipados que tienen carga de racismo, ¿acaso Trump investiga a la eslovena Melania? Surge nuevo tipo étnico: los “latinos”, con la curiosa coincidencia de que mientras más “blanco” más prejuicioso el inmigrante, que tal vez añora ser “anglo”.
La necedad es mayor cuando se toma cuenta de motivos detrás de murallas y muros. Impedir acceso o salida puede ser exitoso, pero también atravesarlo. España no puede frenar a marroquíes en su enclave de Melilla. Israel y sus logros pírricos sobre primos hermanos en Jerusalén evocan a nazis apiñando judíos en el gueto de Varsovia. Éxito temporal fue separar alemanes del este de teutones del oeste con el Muro de Berlín. ¿Separará Londres a protestantes de católicos en Irlanda? Roma y su Muro de Adriano; el Vaticano miedoso de ladrones en el siglo IX. Hindúes erigen vallas para segregar musulmanes en India-Bangladés. Turcos y griegos en Chipre; comunistas armados y exitosos coreanos capitalistas. Muros de arena separaban a marroquíes de guerrilleros del Frente Polisario. Risible es segregar rumanos de romaníes de origen indio. ¿En tiempos de drones y submarinos, acaso traficantes de droga no construían túneles entre México y EEUU?
Repito que el ejemplo clásico es la Gran Muralla China, única construcción humana que se ve desde la luna, como brilla el espejito del Salar de Uyuni desde allí. No logró su propósito de impedir el paso de las tribus nómadas del norte ni resguardar caravanas comerciales. Menos, frenar a manchúes ocupando Beijing en 1644. Peor aún, tormentas de arena de desiertos vecinos la están erosionando. Hoy tal vez su mayor valor es turístico: casi 10 millones la visitan cada año.
Es posible que Trump se salga con un capricho suyo declarando “emergencia nacional” y obtenga fondos para construir su muro. Los mexicanos rehusaron pagar por ella; ni modo que migrantes latinos vayan a recuperar la mitad de México robado el siglo XIX. Igual que Tijuana se ha convertido en meca turística de gringos babeando para ver a burros atravesar putitas, no disminuirán los 40.000 vehículos que cruzan diariamente la frontera sur. ¿Pueden controlar el comercio menudo entre los dos países? ¡Que prohíban los tacos!
Falta nomás que a Bolsonaro se le ocurra construir un muro entre Bolivia y Brasil. Lo que es yo, prefiero la huella blanca de gafas de sol de Steve McQueen a la mancha de “goggles” que usa Trump para asemejarse a “latinos” que desprecia. Y me quedo con The Wall de Pink Floyd, para recordar la futilidad de creaciones tontas de los humanos.
El autor es antropólogo.
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