Bolivia con Venezuela, de espaldas al mundo
Un paso más en el proceso que conduce hacia una radical polarización del escenario político latinoamericano ha sido dado ayer con con la posesión de Nicolás Maduro como presidente de Venezuela.
Como se pudo ver durante los actos oficiales realizados en Caracas, uno de los polos está integrado por Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia. En una segunda línea figura El Salvador y una que otra irrelevante isla caribeña.
En el otro polo están casi todos los demás países latinoamericanos, además de Estados Unidos y Canadá. Y al medio, aunque con una mayor inclinación hacia el bloque mayoritario, México y Uruguay.
Las presencias y ausencias en esos actos oficiales reflejaron muy bien esa correlación de fuerzas. Sólo cuatro presidentes, los de Cuba, Bolivia, Nicaragua y El Salvador avalaron el inicio de la segunda gestión presidencial de Maduro. México y Uruguay enviaron funcionarios de muy inferior rango. Y todos los demás le dieron la espalda.
Más allá de los límites americanos, el escenario se presenta aún más adverso para Venezuela. Los 28 miembros de la Unión Europea unieron su voz de repudio. Ni siquiera España, cuyo actual presidente se destaca por su condescendencia hacia el chavismo, se atrevió a dar alguna señal de blandura.
Tan, o incluso más, elocuente fue la actitud de los países que supuestamente son amigos del régimen venezolano. Rusia, China, Irán, Turquía, Siria, entre muchos otros que suelen hacer causa común con Venezuela en asuntos candentes de la geopolítica internacional, también optaron, como México y Uruguay, por disimular su incomodidad enviando a burócratas secundarios, lo que en términos diplomáticos con frecuencia puede interpretarse como un mensaje más elocuente que una ausencia. Los únicos mandatarios procedentes de fuera del continente americano fueron los presidentes de Osetia del Sur y de Abjasia, dos países no reconocidos por la ONU.
Es muy difícil imaginar un escenario internacional peor, una mayor soledad y carencia de amigos.
Con semejante telón de fondo, la decisión de Evo Morales de tomar posición en la primera línea de defensa de un régimen que desde ayer pasó oficialmente a la categoría de tiránico, adquiere una connotación de enormes consecuencias. En lo externo, porque condena a Bolivia a ocupar en el escenario internacional un pésimo lugar al lado de las más indeseables compañías. Y en lo interno, porque equivale a la declaración de un plan de acción. Es un claro mensaje sobre lo firme que es la decisión gubernamental de seguir tras los pasos que llevan a Venezuela y Nicaragua al colapso económico, político y social.