Una madriguera abierta
Desde sus enormes ventanales se observa la ciudad y un mar de edificios, que atestiguan el creciente amor por el cemento, el espacio dentro es amplio e invita a perderse en sus laberintos. Sería complicado pensar que desde la altura de un tercer piso se abre una madriguera. Las madrigueras son refugio, lugares donde se incuban cosas y en este caso, esta madriguera, es un territorio vital en una ciudad que a momentos cabecea de hastío por la ausencia de zonas donde se abran nuevas experiencias vinculadas al arte y sus caminos.
En la actualidad los centros culturales existentes son verdaderos oasis en un desierto cada vez más árido para la cultura independiente en Cochabamba y sin duda el centro cultural La Madriguera se constituye en uno de esos espacios. Según sus dos creadores, Carlos Bleichner Delgado, licenciado en actuación en Buenos Aires, quien cursó actuación en The Lee Strasberg Theatre and Film Institute, en Nueva York y Andrés Huanca Rodríguez, bailarín y licenciado en antropología en México, el centro tuvo su génesis mucho antes de su apertura el año 2018. “Fue en una conversación donde salió la idea de tener nuestro propio espacio; uno independiente, dirigido a la experimentación, que propicie la cocreación y se aleje de la competencia; que procure pedagógicamente el estar en el arte más que el ser artista; donde tenga lugar el intimismo, se entienda el valor del error y –nos gusta pensar– que se produzca transformación, en La Madriguera no bailamos, tocamos o actuamos porque podemos, sino porque lo necesitamos”.
El objetivo al mismo tiempo es un reto de esos que solo toman los que gustan de enfrentar molinos de viento, así a pulmón y con la claridad que asume toda iniciativa cultural independiente en nuestra ciudad. Manifiestan los gestores que el reto más claro y constante es aquel que aqueja a todo el medio y tiene que ver con el poder sostener económicamente el espacio y aun así evitar ser tragado por esa preocupación. Afirman que eso “asfixiaría el lado creativo”.
En La Madriguera se dictan talleres permanentes de actuación y danza contemporánea, de igual manera diversos cursos en el ámbito del cine y la literatura, además de las Noches del Cine, donde se invita a un ponente conocido en el ámbito de la cultura a que presente su película favorita y luego se inicia un conversatorio.
Desde esta columna celebramos la irrupción de esta madriguera abierta, su vitalidad como espacio urbano que enriquece el horizonte simbólico de la ciudad, además se constituye en una estrategia capaz de crear espacios cargados de sentido y que permiten abrir la estructura creativa de la ciudad. Esta es una nueva posibilidad para la generación de propuestas que revitalizan aquello que los espacios culturales oficiales brindan en contadas ocasiones, no porque se puede sino realmente porque se necesita la diversificación de espacios, abrir las búsquedas, así como lo dicen sus gestores: “Buscamos adaptarnos a lo que va pasando al interior y exterior de La Madriguera, a la gente que llega y se va, recordándonos que lo que nos unió fue la creatividad y la experiencia, no la cerrazón o formación de una escuela conservadora”.
La autora es escritora
Columnas de CECILIA ROMERO