Nuestra falta de competitividad
Entre los muchos temas que merecen el interés y preocupación de la población boliviana está sin duda el relativo a la situación económica de nuestro país. Y al abordar este asunto, no resulta fácil una interpretación pues los datos que dan fundamento a una mirada optimista son tantos como los que dan motivos para el pesimismo.
En efecto, si bien algunos indicadores económicos ubican a la economía boliviana como una de las más exitosas de Latinoamérica, con un PIB de 4.5%, baja inflación y con perspectivas interesantes por su todavía alto potencial energético, hay otros que deben ser motivo de preocupación. Entre ellos está el intenso ritmo al que crece la deuda externa, el descenso de las reservas internacionales netas y la baja rentabilidad de la inversión pública. Se destaca entre los indicadores negativos, por sus potenciales efectos en el mediano y largo plazo, la baja productividad nacional, una de las de las menos eficientes de la región. No en vano, todos los estudios sobre competitividad ubican a Bolivia entre los puestos más rezagados.
El más reciente informe del Foro Económico Mundial, por ejemplo, ubica a Bolivia como uno de los países menos competitivos. Bolivia ocupa el puesto 106, sólo por delante de Haití (138) y Venezuela (127°). Nicaragua (104°) y Honduras (101°), acompañan a nuestro país en los últimos lugares del ranking de la competitividad.
Los datos, con muy ligeras diferencias de matiz, coinciden en lo fundamental con otros estudios similares y confirman que Bolivia es uno de los pocos países que mantiene año tras año, desde hace más de una década, una persistente tendencia hacia el deterioro de las condiciones con que compite con otros países de la región y del mundo.
Esa tendencia tendencia negativa es lo que más debe alarmar pues indica que los malos resultados no son consecuencia de factores circunstanciales sino que sus causas son muy profundas y por consiguiente de muy difícil solución.
En circunstancias normales, datos como los señalados tendrían que provocar una honda preocupación. Lamentablemente eso no ocurre porque la debilidad del sector manufacturero nacional pasa desapercibida gracias a la enorme fortaleza del sector extractivo de materias primas, lo que contribuye a quitar relevancia al empobrecimiento de nuestro sector manufacturero.
Soslayar este asunto implica un grave riesgo para el futuro, pues, como nos enseña nuestra propia historia, no hay nada más incierto que un bienestar basado en los recursos no renovables. Es de esperar, por eso, que estudios como el que comentamos reciban la atención que merecen.