Educación: mercancía o no, el aprendizaje en el centro
En materia social no hay dogmas sino opciones, apuestas. No pretendo dirimir con un simple verdadero/falso (“cada cosa es del color del cristal con que se mira”), el diálogo al que ha dado pie la opción que Roberto Laserna ha explicitado en su reciente artículo: El mercado de la educación. Considerarla como una mercancía, opina tan destacado investigador, garantizaría obtener resultados de calidad en nuestro sistema educativo. Meta que él y yo, junto a todos nuestros lectores, compartimos.
Convengo que el tema no es solo pedagógico. Concebir la educación como un derecho humano o un producto del mercado, depende de la idea que tengamos del desarrollo humano y las condiciones que lo generan, entre ellas, la función del Estado. No hay duda: toda idea educativa responde a una concepción de desarrollo. Sería estéril enfrascarnos en discutir las visiones principistas detrás de nuestra común meta; transitaríamos por senderos paralelos. Prefiero buscar las intersecciones del camino, en búsqueda de un sistema educativo competitivo y flexible que cultive talentos en la diversidad. Concordamos en ello.
Vayamos al campo en el que sí podemos ponernos de acuerdo los cientistas sociales, cuando analizamos los datos con que contamos para fundamentar nuestras opciones.
Laserna sugiere que la educación privada garantiza mejores resultados (por eso en nuestro país la compran los que tienen recursos). Ni los resultados en las pruebas PISA (OCDE, 2016), ni los del Tercer Estudio Regional Comparativo de la Unesco (TERCE, 2016) en América Latina, respaldan esa hipótesis.
Veamos el caso Chile, donde los recursos privados son clave en el financiamiento del sistema educativo: su gasto privado es, proporcionalmente, más del doble del promedio de la OCDE. Sin embargo, sus resultados son inferiores al promedio de los países de esta organización. En 2015 obtuvo 459 puntos en Lectura (promedio: 493); en Matemáticas, 423 (promedio: 490); igual en Ciencias Naturales.
¿Y en América Latina? Chile (fuerte inversión privada) y Costa Rica (fuerte inversión pública), obtienen los dos primeros lugares. Lectura en Tercer grado: Chile, 802 – Costa Rica, 754; en Sexto: 776 – 755. Igual en Matemáticas y en Ciencias Naturales de Sexto grado (TERCE, 2016).
Costa Rica invierte el 8% del PIB ($us. 4.000 por alumno) y el 93% de sus estudiantes se educan en centros públicos. Es el segundo en resultados en Latinoamérica. ¿Qué significan estos datos? Que la oferta privada no asegura logros de aprendizaje sólo por ser privada. Eso sí, los resultados están asociados al nivel socioeconómico de los estudiantes, de manera estadísticamente significativa. No importa si cursan en el sector público o en el privado (OCDE, 2016; TERCE 2016). Los resultados de Chile se explican más por el alto ingreso per cápita que por la inversión privada en educación. Las pruebas Unesco (ERCE 2019) en Bolivia, lo mostrarán con datos nacionales.
Respeto la visión de Laserna. Y lo invito, como a todos los lectores interesados –cualquiera sea su óptica– a promover políticas centradas en el aprendizaje y sobre los factores pedagógicos que generan resultados de calidad en la educación pública o privada. Que la formación docente esté basada en la práctica de aula animada por principios científicos. Que se vigile estrictamente cómo se usa el tiempo de clase. Que el entorno escolar sea rico en recursos de aprendizaje y en prácticas didácticas cuyo protagonista sea el estudiante.
Aprecio y agradezco las amables palabras que Roberto Laserna me dedicara en la introducción de su artículo y celebro que, aun discrepando en las apuestas de política, coincidamos en la necesidad urgente de hacer de la nuestra, una educación de calidad.
El autor es doctor en Ciencias de la Educación
jorge.riverap@tigomail.cr
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