El burro y el caballo
La escena tiene lugar en una suerte de galpón, como en muchos otros casos similares. Hace su entrada un paisano de sombrero llevando a tiro un alazán de raza, guarnecido con una fina montura. En el eco del lugar se escucha a un animador decir por los parlantes, sin más preámbulos, que ése es un “cariño” para el hermano presidente de Bolivia, con lo que resuena inmediatamente una banda festiva. El Presidente, que se encuentra cerca, aparece en escena y recibe el presente equino con sus cortos brazos abiertos. La escena es cómicamente tercermundista.
Nadie da cuenta de lo que ha sucedido. En las noticias se informa que Evo Morales recibió un caballo de regalo de parte de una asociación de ganaderos. ¿El precio? Algunos apuntan un valor de 10.000 dólares, otros, de 60.000. Nadie parece tener el pulso para señalar el dedo.
Los regalos, apenas algo ostentosos, representan, cuando menos, una práctica prohibida por cualquier código de conducta corporativa o profesional, y pueden ser penados como un delito de corrupción. ¿Habría que explicarle al Presidente?
Cualquier actuación que pudiera no solo traer consigo un conflicto de interés, sino un potencial conflicto de interés, o dar lugar a una sospecha del mismo, debería ser observada, y con mayor grado en quienes ostentan una posición de poder y manejan recursos públicos.
Pretender que no pasa nada no es una defensa. Debemos luchar activamente contra la cultura de la corrupción. En general, hay una tendencia internacional para endurecer las leyes y evitar conductas permisivas. No nos engañemos: la corrupción genera pérdidas globales de más de un billón de dólares al año (un millón de millones), y afecta a los más pobres. Un miembro del directorio de Transparencia Internacional señalaba ya hace años que lo que más le preocupaba no era la corrupción deliberada, sino aquella producida por la falta de observancia o conciencia que emerge como resultado de la costumbre. De ese actuar generalizado nace una cultura indulgente que da pie a situaciones que debilitan la institucionalidad y crean las condiciones propicias para crímenes más grandes, o cuyo cúmulo equivale a tales ofensas de magnitud.
Pero, por otro lado ¿qué debería haber hecho el Presidente para no dejar mal parados a sus oferentes? Todo, menos aceptar el regalo, claro, y ninguna de estas acciones habría disminuido el grado de culpa de aquellos. La corrupción es cometida tanto por el que da como por el que recibe, aún si éste último rechaza la oferta.
Quizás sea importante precisar qué se considera corrupción. Ésta no solamente es la otorgación de dádivas a cambio de una acción u omisión por alguien en posición de tomar decisiones. También incluye cualquier incentivo, y las partes pueden ser tanto privadas como públicas. En general, la concepción legal de corrupción es hoy expansiva: no se restringe a una interpretación literal o cerrada, sino que se trata de amparar dentro de su definición a cualquier actuación aparentemente inocente pero que claramente tiene otra intencionalidad carente de ética. La corrupción incluye lo que nosotros a veces llamamos “aceitar”, o en inglés se denomina facilitation payments, que son pequeñas dádivas para acelerar una acción que de todas maneras debía ser llevada a cabo. Esta situación suele ser común en oficiales de bajo rango, pero vemos que también puede darse en otros casos, como en este triste ejemplo de un presidente que a la vez propina con gusto arengas en contra del yugo del capital.
El autor es abogado
Columnas de JOSÉ MANUEL CANELAS SCHÜTT