Cifras rojas en la balanza comercial
Hace pocos días, como ya es habitual a estas alturas del año, el Instituto Boliviano de Comercio Exterior (IBCE) ha presentado su informe anual sobre el balance entre las importaciones y las exportaciones de nuestro país durante el año anterior.
Según ese documento, elaborado con datos oficiales proporcionados por el Instituto Nacional de Estadística (INE), por cuarto año consecutivo, 2018 también cerró con cifras rojas. El déficit comercial fue de 936 millones de dólares,
Un matiz positivo de esas cifras es que hubo una disminución del 4% en relación al déficit de 2017, cuando llegó a los $us 970 millones. Sin embargo, resulta pobre ese consuelo si se observa la tendencia de los últimos años. En efecto, los datos relativos al comercio exterior, como muchos otros indicadores, confirman que la economía boliviana continúa alejándose del más largo período de bonanza económica de los últimos tiempos.
A pesar de ello, entre las más altas autoridades del área económica todavía brilla por su ausencia una mirada autocrítica, condición indispensable para detener el deterioro de la economía nacional. Insisten, por ejemplo, en atribuir las cifras negativas a factores externos y circunstanciales, y se niegan a reconocer que tanto la pequeñez de nuestra oferta exportadora, como los crecientes volúmenes de las importaciones tienen mucho que ver con una política económica que desfavorece a las actividades productivas ajenas a las exportaciones tradicionales y, en cambio, ofrece demasiadas ventajas a la adquisición de productos provenientes del exterior.
Los factores que confluyen para ocasionar el déficit comercial, que tiende a hacerse crónico, están plenamente identificados. Se destaca entre ellos la decisión gubernamental de mantener baja la inflación, lo que obliga a mantener sobrevaluada la moneda nacional, medida cuyos efectos negativos se multiplican, lo que se refleja en la abundancia de productos extranjeros en los mercados de nuestro país, pues todos los países vecinos, sin excepción, han optado por devaluar sus respectivas monedas para alentar sus exportaciones.
Igualmente incompatibles con un mayor desarrollo de nuestra capacidad exportadora, son las excesivas cargas que se imponen a las actividades productivas mediante fuertes aumentos salariales anuales, el doble aguinaldo y otros costos sociales que hacen cada vez más difícil el sostenimiento de empresas que en mejores circunstancias podrían al menos abastecer mejor al mercado interno e incluso competir con posibilidades de éxito en los mercados del exterior.
Felizmente, está al alcance de las manos gubernamentales hacer los ajustes necesarios. Pero es necesario hacerlo pronto pues cuanto más se abra la brecha, más difícil será cerrarla.