Si vas a Cochabamba…
Hay comentarios que provocan dolor en el alma no sólo por lo que dicen sino porque lo que dicen es cierto. Uno de ellos es el de una colega periodista que se quejó en las redes sociales del insoportable mal olor que se siente al aterrizar en el aeropuerto Jorge Wilsterman y de la inmediata reacción de decenas de personas avalando la percepción.
Si se une el fétido olor a la permanente queja respecto a que no tenemos agua, se conforma un círculo vicioso que afecta, sin duda, a la en general amable ciudad en la que vivimos.
Es que, desde una visión positiva, probablemente Cochabamba sea en la actualidad una de las ciudades en el país con más tráfico fluido fuera del centro de la ciudad (imagínense cómo estarán las otras capitales departamentales), ni qué decir de los parques en todos los barrios y, aunque no lo crea, particularmente si se levanta temprano, una de las más limpias que recibe el amanecer. Y si bien el ingreso masivo de vehículos truchos y el servicio de transporte público, que se ha convertido en una de las fuentes de trabajo que crece más, han deteriorado el cumplimiento de normas de tránsito, de lejos Cochabamba es una ciudad más ordenada que otras del país.
Se trata de una visión que, seguramente, muchos de quienes leen esta columna no respaldarán, no sólo porque parece muy optimista, sino también porque nos domina la tendencia al autoflagelo y a la parálisis social, pues estamos convencidos de que poco o nada se puede hacer para mejorar nuestra ciudad.
Para peor, por un lado, hemos tenido una sucesión de autoridades que han privilegiado sus intereses particulares o sectarios a tal punto que han opacado lo bueno que han hecho (o hacen), razón por lo que la desconfianza hacia lo estatal ha aumentado geométricamente. Por el otro, se han organizado movimientos sociales con el propósito de participar en la generación de iniciativas públicas pero, rápidamente, sus líderes han asumido actitudes autoritarias que han obstaculizado su ampliación y, obviamente, la posibilidad de influir en las autoridades del Estado.
Este contexto es, pues, fértil para el pesimismo. Pero, habría espacio para que se pueda remontar esa actitud, si se lograra aunar esfuerzos desde varios sectores de la sociedad de manera que se exijan acciones concretas en los puntos centrales de una agenda urbana, más aún si como ciudadanos estamos recuperando ejercicio democrático.
Sin duda, uno es el de solucionar el problema del olor fétido que afecta a la zona del aeropuerto y sus aledaños. Al parecer, no sólo se debe al mal manejo ambiental de curtiembres y ladrilleras, sino que hay más problemas como desecho de aguas servidas, descomposición biológica de especies vegetales y otras causas que el Gobierno Municipal y la Gobernación deberían determinar y, sobre todo, solucionar.
Otro punto fundamental en la agenda cochabambina es el del agua y es inadmisible que la represa de Misicuni que ya tiene suficiente agua embalsada no aporte a dotar agua a todo el área del proyecto no sólo por falta de recursos económicos, sino sobre todo por obstáculos forzadamente creados en los diferentes niveles del Estado. Es posible creer que también a través de la movilización ciudadana se podría obligar a las autoridades responsables de esta tarea a concertar proyectos que beneficien a la gente y no a sus ansias de figuración o sus petacas.
La basura es otro tema fundamental que debe ser enfrentado por la región metropolitana si se quiere encontrar soluciones de largo plazo e incluso rentables. Esto exige a las autoridades de la Gobernación y de los municipios involucrados desestimar intereses localistas y sectarios, lo que con la acción concertada de la gente se podría lograr.
Parémonos en estos tres puntos de la agenda urbana. Si logramos movilizarnos por ellos, estemos seguros de que podremos ir añadiendo otros…
Algunos comentarios efectivamente duelen. Pero, trabajemos para que pronto, cuando a Cochabamba vengan, no puedan repetirlos…
El autor fue director de Los Tiempos
Columnas de JUAN CRISTÓBAL SORUCO QUIROGA