Escuelas competitivas y flexibles
Que las escuelas compitan entre sí, no mejoraría el producto “educación”. Es probable que eso ocurra con las camisas. Los fabricantes compiten para hacer algunas de excelente calidad y alto precio, que no desplazan del mercado a las de menor o mala calidad, que siguen existiendo. Sin contar que muchos se quedan sin camisa… A ese tipo de competitividad no le interesa mejorar las camisas de todos.
La propuesta del investigador Laserna, que debatimos, no está dirigida a mejorar la educación de todos, sino a promover que algunas escuelas sean muchísimo mejor que otras. Es su concepto de competitividad. Pero el dios mercado no resuelve el desafío del derecho humano a la educación: que todos la tengan y que sea de calidad. Ese es el verdadero dilema democrático.
He mostrado con datos que los sistemas educativos donde prima la competencia entre escuelas obtienen buenos resultados (Chile) como también los obtienen países donde las escuelas compiten consigo mismas (Costa Rica). Los resultados son buenos en ambos casos porque (dato, también, de investigación) sus prácticas didácticas se basan en principios científicos y generan climas apropiados de aprendizaje. No porque compitan, o no, entre sí.
Por supuesto que yo también creo que a nuestro país le hace falta un sistema más competitivo y flexible. Que sea competitivo quiere decir –para mí y para muchos– que sea eficaz, que tenga pericia, aptitud e idoneidad para responder a las demandas diversas y cambiantes que le impone la realidad socioeconómica dinámica a la que sirve. No significa que las escuelas compitan unas con otras. Porque de ser así, también se derivaría que en las aulas se trataría de que unos alumnos compitan con otros y que se premie a los más buenos y se avergüence a los malos. El siglo XXI exige todo lo contrario: aprendizaje colaborativo, trabajo en equipo con capacidad para resolver problemas…
Un punto, pues, de encuentro en este diálogo (que es con Roberto y con los lectores), es debatir sobre los factores que sí afectan los procesos de aprendizaje y cómo generarlos para que escuelas y maestros enseñen efectivamente.
Convenimos, sí, que nuestro sistema escolar hoy, está obsoleto. Por lo que parte del debate es cómo instalar nuevos paradigmas, así lo ha planteado Edgar Cadima no hace mucho. Camino sinuoso y difícil de transitar para las actuales autoridades educativas y para las que vengan.
Robinson (2016), una de las voces internacionales más influyentes en educación postula, para lograrlo, un liderazgo visionario y el imperativo, para directivos y docentes, de crear las condiciones en el aula para que los estudiantes sigan teniendo en la escuela el deseo de aprender que todo ser humano trae a este mundo y no lo pierdan cuando ingresan a ella, como ahora ocurre.
Lo que significa revisar de manera imaginativa la normativa vigente para otorgar mayor capacidad a la escuela para flexibilizar roles, tiempos y espacios, entendiendo que el docente es un experto facilitador y el alumno, un productor de conocimiento. Así como una sostenida inversión pública para formar a los funcionarios intermedios del sistema educativo, los que están más cerca de las escuelas. Así se podrán derrumbar los muros que separan las materias y construir espacios curriculares con proyectos compartidos y aprendizajes basados en la resolución de problemas. Con mayor autonomía, las propias escuelas podrían realizar aprendizajes institucionales y cambiarse continuamente, para mejorar.
La política para mejorar la calidad de la educación propuesta por el investigador Roberto Laserna, ha dado lugar a este intercambio de opiniones que, espero, ayude a los lectores a forjarse las suyas y a expresarlas, también, en este necesario debate de ideas.
El autor es doctor en Ciencias de la Educación
jorge.riverap@tigomail.cr
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