Hasta aquí nomás porque hay trancadera
Juan Eduardo Araos Chaparro
“Señores pasajeros, pueden ir caminando hacia la terminal porque hay trancadera”. Era domingo, a eso de las 21:00, y pensé en esperar hasta que el vehículo volviera a moverse, pero en un abrir y cerrar de ojos me vi solo y sin señal alguna que la situación cambiaría. Entonces bajé sin tener muy claro dónde estaba. Lo único que veía era una fila interminable de buses. Y comencé a caminar.
Uno, dos, tres… 20, 21, 22…30… Perdí la cuenta de cuántos buses estaban estacionados a un costado de la calle a lo largo de unas 4 o 5 cuadras mientras formaban una fila metálica que no daba campo al peatón. A la izquierda, los motorizados que circulaban amenazaban con embestir a más de un desprevenido.
Mientras seguía caminando pensaba que el viaje entre La Paz y Cochabamba había estado tranquilo, rápido y hasta cómodo. El bus había salido en hora, los asientos se reclinaban y el pasaje estaba relativamente barato. Nadie había subido con chicharrón o pollo frito para impregnar el ambiente y ¡Hasta el baño funcionaba!
El recuerdo contrastaba con la actual situación. Al riesgo de ser atropellado se sumaba el cansancio y la posibilidad de que entre las sombras surgiera algún amigo de lo ajeno.
De pronto, un túnel y al fondo, la terminal de buses. Había que caminar por ahí y arriesgar el pellejo nuevamente mientras los buses circulaban casi rozando la mochila.
Nunca pensé que, al menos ese día, los últimos 400 metros de mi viaje, y que los hice a pie, serían más peligrosos que los 380 kilómetros que hay entre estas dos ciudades.
Periodista
Columnas de Redacción Central