Santa Cruz... y del brazo por tus calles...
Aprendí a quererte, cotidiana, en la mezcla del calor de media tarde y el sopor de noches bochornosas. A fuerza de recorrer tus espacios y tus calles, conocí la vida que irrumpe en ventoleras y descansa cuando las estrellas imponen la bohemia.
Tuve que aprender tus movimientos, tu fuerza y tu quietud para entrar en el placer de darte un beso y concluir con la sonrisa del orgasmo cuando el tropel del amor desemboca entre susurros.
En esta mezcla de pueblo y de mujer que alientan mis esfuerzos, que se levanta en el verde de tus calles y en el color inolvidable de tus ojos, te dibujé en las formas posibles de los sueños vigilados.
Sabés que me rebelo brutalmente contra todo el absurdo que busca someterte. Que rechazo el infundio zalamero del engaño, por dulce que intente convertirse la falsía. Que me rindo impenitente al abrazo de tu voz y te devuelvo agradecido la eternidad de un “te quiero”.
Porque sos nujer-pueblo, y mientras hago pascana en la esquina gigante de tu historia o en el suave perfumado de tu vientre, embriago mis sentidos con tu vida y despierto esperando nuevas noches.
Sos quietud de pueblo provinciano con inocentes bullangueros y viejos sonrientes. Sos amor que vence las distancias e inventa sentimientos con manos que recorren la extensión de tus caminos. Sos la piel que no se rinde a sentir la persistente agitación de los encuentros sin importarle las horas que se detuvo en la caricia.
Porque sos pueblo y mMujer, aquí me entrego sin medir sino la vida necesaria para una vez más volver a verte. Con el riesgo de quedar en el camino y sin que importe saber que no habrá repetición de nuestro encuentro.
Me es indiferente el mediocre sonsonete del obtuso. Que no gasten el vómito desesperado de su absurdo, no se comparan a la canción de mis arterias ni a mis venas convertidas en cuerdas de guitarra. Que se guarden los discursos desabridos y me dejen con la fuerza de tu sangre, con los montes poblados de esperanzas, con los rostros sin caretas de tu pueblo, con la tierna fortaleza de los niños. Santa Cruz, mujer, y a pleno día, ¡dejame una vez más, hacerte mía!
El autor es director de innovación del Cepad
Columnas de CARLOS HUGO MOLINA