Hacia las negociaciones salariales
Como es habitual todos los años, a esta altura del calendario irrumpe con fuerza en la agenda pública nacional el tema de los aumentos salariales. Los sectores involucrados –empresarios, trabajadores y gobierno central— comienzan a esgrimir sus respectivos argumentos, preparándose para el siempre conflictivo momento de las definiciones.
Desde el punto de vista empresarial, el reto los encuentra en muy adversas circunstancias, peores aún que las de años anteriores. Eso se debe a que ya se hace sentir sobre la salud de las empresas la pesada carga que se ha puesto sobre sus espaldas en nombre de la redistribución de la riqueza.
Poco más, poco menos, a todas las empresas del sector productivo les resulta difícil sobrevivir y ni hablar de expandirse en las actuales circunstancias, pero las más afectadas son las del sector manufacturero y, muy especialmente, las pequeñas y medianas. Así, los empresarios que más contribuyen a la diversificación de la economía nacional, a la generación de fuentes de trabajo de calidad, y por consiguiente al crecimiento de la capacidad productiva de nuestro país, son los que más dificultades tienen para llevar a cabo su labor.
Desde una posición diametralmente opuesta, se preparan para intervenir en las negociaciones los principales miembros de la jerarquía sindical, quienes en nombre de los trabajadores asalariados intentarán imponer sus exigencias. Ellos ya han anunciado que no se conformarán con menos un incremento del 5,5 por ciento para el haber básico y exigirán más del 3% para el sueldo mínimo nacional.
Esas demandas cuentan con el apoyo de trabajadores asalariados del sector público, cuyos sueldos provienen directa o indirectamente del erario nacional. Pero son vistas con preocupación por quienes dependen del sector privado porque la experiencia ya les ha enseñado que cuando se exige a los empresarios más de lo que pueden dar, los primeros y más perjudicados son los trabajadores. Saben bien que la pérdida de fuentes de trabajo es una consecuencia inevitable del aumento de los costos laborales y eso, obviamente, es algo que preocupa.
En ese contexto, y dados los antecedentes del tema, resultan muy comprensibles las expresiones de preocupación. Peor si este año las negociaciones salariales serán contaminadas por la demagogia que suele acompañar los periodos previos a elecciones generales.
Felizmente, tanto en las filas gubernamentales, como en las sindicales y empresariales, todavía hay corrientes que no han perdido el sentido de la prudencia y la sensatez. Es de esperar que ellas predominen a la hora de negociar.