Día de la Salteña…
“Se aprende a ser hijo cuando se es padre y se aprende a ser padre cuando se es abuelo”, decía un pensamiento que leí hace mucho tiempo atrás –ya ni recuerdo dónde– y aunque el mensaje me llamó la atención y se me quedó grabado, no lo entendí. Solo cuando nació mi primer hijo y en apenas un año vino al mundo el segundo, tal sentencia tuvo sentido para mí.
Cuando las fuertes fiebres aquejaban a mis niños, cuando sufrían una alergia por alguna razón desconocida, cuando se les soltaba el estómago u ocurría lo contrario, cuando sus travesuras se multiplicaban y con ellas los sustos y heridas, cuando el silencio de la noche se rompía con un aterrador grito por una pesadilla, cuando afloraba su llanto –sin saber por qué y sin saber yo qué hacer debido a mi inexperiencia– debí asumir el rol de padre, pero me equivoqué…
El excesivo peso de la responsabilidad y el deseo de encaminar sus vidas debidamente en cuanto a su alimentación, salud, educación, espiritualidad, etc. –comparada con otro tipo de tratos que recibían sus amigos– me llevó a pagar el alto precio de llegar a ser una suerte de ogro en casa, dada la rigurosidad heredada de mi señor padre, a quien –como mis hijos harían después conmigo– le reclamé injustamente por todo y nada, sin comprender la necesidad de los límites, y en mi rebeldía hasta me alejé de él cuando probablemente esperaba recibir amor de parte mía.
Con el tiempo, llegué a entender aquel mensaje viendo las reacciones de mis hijos y recordando las mías. Lo cierto es que un padre también precisa cariño, comprensión y respeto de parte de sus hijos. Tal vez, si Dios así lo dispone, cuando sea abuelo seré algo más tolerante y daré a mis nietos más amor que el rigor que di a mis hijos ¡vaya paradoja de la vida!
El cantautor español Joan Manuel Serrat compuso “Esos locos bajitos”, una bella canción que acababa diciendo: “Nos empeñamos en dirigir sus vidas sin saber el oficio y sin vocación. Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones con la leche templada y en cada canción (…) Nada ni nadie puede impedir que sufran, que las agujas avancen en el reloj, que decidan por ellos, que se equivoquen, que crezcan y que un día nos digan adiós”.
Ahora que viene el Día del Padre -–el Día de la Salteña, dicen otros– este mensaje: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él”, (Proverbios 22:6). Amemos a nuestros hijos, inculquémosles valores y principios cristianos, y démosles un buen ejemplo de vida...¡Dios hará el resto!
El autor es economista, magíster en Comercio Internacional y pastor evangélico
Columnas de GARY A. RODRÍGUEZ