Bien común para dummies
Es para largarse a llorar. Basura regada por doquier, árboles dañados, ornato público destruido. ¿Cómo es posible que ese sea el legado del Corso de Corsos, el más importante festejo del Carnaval cochabambino, todos los años?
El bien común es eje de la comunidad política, lo que determina la convivencia social. Es lo que compartimos como colectividad organizada e institucionalizada. Cuando usted sale de su casa y transita por las calles, por los parques, por las plazas, está en el dominio del bien común. Los recursos y bienes públicos administrados por los gobiernos, son, igualmente, un segmento del bien común. Y, aunque no nos pertenezcan, el aire que respiramos, el agua que tomamos, el entorno natural que nos sustenta, también son parte del bien común.
En ese sentido, bastante tiene que exponer sobre nuestra formación social y cultura política el cómo tratamos a las manifestaciones del bien común y en eso la situación boliviana se presenta tremendamente desalentadora.
Evaluar, simplemente, la administración de los recursos y bienes públicos por los gobiernos de turno. ¿Acaso no continúan siendo noticia cotidiana escandalosos actos de corrupción, de desfalco, de pésimo manejo de la gestión pública en los municipios, en los Departamentos, en el Gobierno nacional? ¿No es un indicador aterrador (y medio fascista) la diferencia entre el presupuesto público asignado a Ministerios de Gobierno y Comunicación frente a los de Salud y Educación? ¿El que los recursos e instituciones públicas se utilicen con cinismo y desparpajo para asegurar la perpetuación en el poder de un par de individuos, no es prototipo del uso de lo público en beneficio de fines mezquinos? ¿No pareciera que se declaró un concurso de regímenes municipales y departamentales corruptos?
Sin embargo, como los gobiernos no vienen de Marte sino de nosotros mismos, es ineludible entrever cómo la colectividad concibe al bien común. Y en ello, en el caso de Cochabamba, un fenómeno masivo cual el Corso de Corsos revela mucho, pero no es excepcional.
Observar el estado del río Rocha, agonizando entre un mar de escombros, aguas servidas y basura, para vislumbrar cómo nos relacionamos con el bien común. Ilustrativo el comprobar en qué se han trastocado las lagunas de la mítica Kochapampa o nuestro pulmón, el Parque Tunari, que es herido permanentemente por intereses de quienes lucran con el tráfico de tierras, no importando las consecuencias. Peor pensar en el aire que respiramos, envilecido por aquello que nos catapulta en una de las urbes más contaminadas de América Latina. ¿Qué hay de las escasas áreas verdes que le quedan a esta ciudad desierto y cuya protección y cuidado se ha convertido en constante batalla quijotescamente librada por pocos ciudadanos?
En el ámbito nacional, sólo faltaba que Gobierno y empresarios agroindustriales pretendan incrementar 250.000 hectáreas de cultivo de soya transgénica. Es decir que nos esperan 250.000 hectáreas de supresión de bosques como si no fuera lo suficientemente vergonzoso el que Bolivia ostente el título de uno de los países del mundo con mayor índice de deforestación. ¿Y qué mejor referente del bien común que los bosques de los que depende no solamente el ser humano?
Ante semejante escenario, muy difícil que no se impongan los celajes pesimistas: Tal vez lo que necesita este saqueado país -y ciudad- es un trasplante de gente o por lo menos de gobernantes.
La autora es socióloga.
Columnas de ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA