Los bosques y el agua
Durante la semana que concluye, se han conmemorado dos “días mundiales”, el “de los bosques”, el 21 de marzo y el “del agua”, el 22. Ambos días, como muchos otros, forman parte de una política adoptada por las Naciones Unidas para promover la reflexión colectiva sobre los temas más acuciantes para el presente y el futuro de la humanidad.
En el caso de los que comentamos, tiende a imponerse el criterio de que es un error tratarlos cada uno por su lado, porque todos los estudios científicos coinciden al señalar que la relación entre los bosques y el agua es tan estrecha que resulta un despropósito separarlos.
Los datos que avalan esa interpretación son muchos. Y entre todos ellos, el caso de Cochabamba, y Bolivia en general, suele ser usado como uno de los más ilustrativos. Es que todos los datos disponibles indican que tanto las sequías, como las inundaciones tienen mucho que ver con la destrucción de los bosques. Y no sólo los más grandes, como los amazónicos o chaqueños, sino también aquellos menos frondosos, como los urbanos.
En lo que a los bosques corresponde, Bolivia ocupa un lugar principal entre los motivos de preocupación. Y lo es porque, si hasta hace pocos años encabezaba la lista mundial de países con mayores extensiones de bosques naturales tropicales certificados, y las políticas públicas sobre el tema eran vistas como un modelo digno de ser imitado, ahora también aparece encabezando otra lista –pero en el sentido diametralmente opuesto–, la de los que con mayor velocidad están destruyendo su cobertura forestal.
Algo muy similar puede decirse sobre la manera como Bolivia está administrando sus recursos hídricos, los que también ponen al país en un lugar especial porque –debido a la especial configuración geográfica de nuestro territorio– contiene una de las mayores reservas de aguas dulces del planeta.
En efecto, las dos cuencas hidrográficas más importantes del continente –dos de las cinco más importantes del planeta– la del Amazonas y la del Plata, nacen en nuestras cordilleras y con sus acuíferos subterráneos, lagos, lagunas y ríos, constituyen uno de los más complejos y frágiles sistemas hidrológicos. De su conservación depende no sólo el abastecimiento de agua para los 12 millones de habitantes de nuestro país. También depende el de las poblaciones cuya principal fuente de agua es la que fluye a través las dos cuencas hídricas continentales. Es decir, directa o indirectamente, de gran parte de Sudamérica.
Siendo tanta la importancia de nuestros bosques y nuestras aguas, resulta inadmisible que ambos temas no figuren entre las máximas prioridades de cualquier política ambiental.
