Las lecciones que nos dejaron Perú y Chile
Perú, en 2008, presentó ante el Tribunal de La Haya una controversia que sostenía con Chile por una delimitación marítima. Cada país organizó su respectiva delegación y designó a sus agentes. Los expertos en el tema señalan que sus cancillerías manejaron bien el asunto, en forma profesional, desplegando alta diplomacia. Primero, ninguno de los respectivos mandatarios abrió la boca, ni para anunciar probables victorias ni amenazar al otro. Mudos, como correspondía, dejaron que trabajen sus diplomáticos. Tanto Alan García como Michelle Bachelet no hicieron referencia alguna al tema, mientras tomaba su tiempo resolverse. Ellos no viajaron a La Haya ni llevaron numerosas comitivas, ni movimientos sociales ni nada de eso. Viajaban los que tenían que viajar, hablaban los que tenían que hablar y decían lo que tenían que decir. Profesionalismo.
A medida que se acercaba la fecha fatal de anuncio del resultado del arbitraje, iba creciendo, como era natural, el nerviosismo. Ya estaban en ejercicio otros mandatarios, en Perú Ollanta Humala y en Chile, Sebastián Piñera. Puesto que era política de Estado, ambos gobiernos dieron continuidad a lo hecho por sus antecesores. Por otro lado, aunque no pudieron evitar efervescencias y ciertas hostilidades en sus respectivas fronteras, los gobiernos se cuidaron de no hacer anuncios exitistas, por si el fallo no resultara el esperado. En ese sentido, no alentaron en la población festejos masivos de alegría ni protestas callejeras de rabia.
Finalmente, el 2014, La Haya se pronunció acerca de la cuestión entre estos dos países en alta mar y el resultado fue adverso para Chile, aunque tampoco contentó del todo a Perú. El día final de anuncio del fallo, estuvieron presentes las delegaciones de ambos países litigantes, es decir, los que directamente tenían que asistir. Parcial alegría en Perú y total tristeza en Chile, pero así fue el fallo y punto.
Las reacciones de sus agentes fueron mesuradas, casi lacónicas. Luego, tuitearon los respectivos ex presidentes y los presidentes manifestando, cada cual, su alegría o frustración. Que se sepa, no hubo baños de multitudes ni presidentes desde el balcón de sus palacios arengando a gente congregada. Hubo, sí, descontento de los pescadores artesanales peruanos, que decían que el fallo no les benefició en nada. Los chilenos, si bien no llegaron a entender eso de paralelos, probaron el sabor amargo de la derrota, pero no era el fin del mundo. Ambos países tienen activo comercio bilateral, sus empresarios se entienden de maravillas, sus poblaciones migran de un país a otro, en suma, la vida, con todos sus problemas entre ambas naciones, continuó. Chile anunció que respetaría el fallo y en eso están.
Así resolvieron esos países su controversia, apelando al derecho positivo de un tribunal internacional. En cambio, cómo fue el proceder en Bolivia en el contencioso tema del mar planteado ante La Haya. Primero, el presidente Evo Morales y sus funcionarios desataron una virulenta guerra verbal, con insultos, amenazas, descalificaciones hacia el otro país, “exigiendo” que Chile cumpla el con fallo arbitral, suponiendo anticipadamente que iba a ser favorable. Chile, a su vez, cayó en las provocaciones y también tuiteó ataques verbales. Mala cosa, en el caso de que nos hubieran dicho “negocien, charlen”, que con ese clima de hostilidades nada bueno iba a salir para nosotros.
Luego, prosiguieron sucesos surrealistas. Chile capturó a unos contrabandistas y volteadores de vehículos en la frontera. Los llevó a juicio. En tanto, el gobierno boliviano se rasgó las vestiduras y exigió la pronta liberación de esos honorables señores. Chile decidió no complicarse la vida y los expulsó. Fueron recibidos en Bolivia como héroes, combatientes, mártires. Faltó poco para el Cóndor de los Andes. Al tiempo, uno de ellos reincidió en el delito.
Y, la bandera kilométrica. Kilómetros de tela inútil y dinero vergonzosamente derrochado. Bolivia aplazada en alta diplomacia y docta en vocinglerías. Aprendamos de Chile y Perú.
La autora es comunicadora social
Columnas de SONIA CASTRO ESCALANTE