Matadoras creencias
Es más fácil matar por una creencia que trabajar con ahínco. Porque de aquí a cuando crees que la cola cortada de un zorro servirá para que, cuando la pases por encima de tu cuerpo ¿te traerá buena suerte?
O que la sangre de un quirquincho partido a la mitad, luego de ser ahogado en chicha ¿servirá para que al año tengas un cambión o una casita?
O, incluso, llenarte de humo pestilente los primeros viernes de cada mes ¿hará que tu negocio se llene de clientes?
Estas creencias están matando a la flora y fauna boliviana, dejando al país sin la tan mentada riqueza natural de la que se ufanan las autoridades locales y nacionales.
Hace poco llegaron dos zorros moribundos y sin cola al parque ecoturístico Agroflori que se ha transformado en un santuario para más de 800 animales que ahora viven bajo los esmerados cuidados del equipo liderado por Marcelo Antezana.
El único pecado de estos bichos fue nacer en una tierra plagada por ignorantes. Miles de flamencos no han corrido la suerte de los que están en el parque. Han sucumbido porque su plumaje sirvió para adornar trajes. Los halcones y búhos que allí están fueron víctimas de humanos imbéciles que prefirieron tapiarlos en el entretecho de una casa, en lugar de permitirles que vuelen libres.
También me ha tocado escuchar que es importante enseñar a los niños a usar una honda para que maten pajaritos. Sólo con el ánimo de matar. Luego, esos niños, de adultos matan por deporte a patos y gansos, llegando a formar clubes de caza y pesca (como si no pudiesen disparar a un blanco artificial).
Ejemplos como estos sobran. Lo que no abunda es el sentido común, ni el hecho de saber que somos una especie más dentro de un ecosistema circular y no los amos y señores de un planeta que nos acoge y brinda un hogar.
Estamos destrozándolo gracias al oscurantismo imperante. Un ejemplo más que se añade a los ya mencionados es la desaparición de la telmatobius hintus, pariente de la famosa telmatobius yuracare o Romeo, la rana más solitaria del mundo.
Esta pariente no está corriendo con la misma suerte de Romeo. Es una ranita negra que habita sólo en la torrentera Canta Rana, que se ha convertido en un lavadero de autos y de ropa. Es única en el mundo, pero pronto desaparecerá.
Es imperante que la sociedad civil se dedique a conservar la diversidad biológica, para mejorar la calidad de vida y hacerla sostenible y deje de creer en falsas promesas como que el jugo de la serpiente es bueno para calmar la tos, o los colmillos de un puma devuelven la virilidad perdida.
Hoy hay que abandonar tontos mitos y supersticiones y concentrarnos en lo más valioso que tenemos: una habilidad apta para aprender, ensanchando los límites del conocimiento.
La autora es máster en comunicación empresarial y periodista.
Columnas de MÓNICA BRIANÇON MESSINGER