Bolivia después de La Haya
Luego de saber el resultado en La Haya, don Jaime Paz manifestó: “Hemos quemado mal nuestro último cartucho con Chile”. Parece que sí. Imaginemos esta situación extrema: un cazador y un tigre están frente a frente en un apartado rincón de la selva, ninguno tiene escapatoria. Sólo le queda al cazador un cartucho, por lo que – para sobrevivir - está obligado a no fallar. Con mirada vigilante el felino espera que se descargue el rifle. Suena el disparo y el tiro se va a cualquier parte. Y entonces la fiera, con los colmillos brillantes, se desliza ahora hacia donde está el hombre…
Si Bolivia fue a La Haya con su “último cartucho”, es decir, a plantear una demanda jurídica, los otros “cartuchos”, ¿cuáles son? La Guerra del Pacífico que perdimos y la diplomacia fracasada. Visto de otra forma: son tres los candados que nos hemos puesto con nuestras manos. Esto es, el de 1904, el de 1929 y el de 2018. Cada fecha comprende un capítulo aparte y de cada uno se levanta un dedo acusador contra la élite política.
Casimiro Corral tenía la reputación de ser un jurista inteligente, pero firmó el peor tratado con Chile en 1866. “Nuestra desgracia es que en Bolivia – decía Roberto Prudencio - los hombres inteligentes son unos necios”. Es que la política los transfigura, los corrompe y los vuelve tontos.
Promovió diversas reacciones el fallo de la CIJ. Los triunfalistas, los que subestimaron al rival, los que sobrevaloraron a los suyos, ensalzando su “impecable” argumento y su ofensiva “demoledora, esos cayeron de más alto. En la vida hay hechos que miden exactamente la consistencia moral de los personas y de los pueblos, pero la peor forma de perder es tratar de escamotear la realidad o pretender suplantar la verdad con la mentira.
En la versión de los tantos “expertos” que habíamos tenido, se perdió a causa de que la CIJ era una institución conservadora y Bolivia planteó un reclamo progresista. Eso quiere decir que llevamos la demanda a una entidad desconocida o inexistente. Hubiera sido muy útil que aquellos, quitándose la mordaza, aconsejasen lo que había que hacer en el momento de las decisiones. Aunque en verdad no fue un error sino un mal cálculo político, como el del referéndum de febrero.
Chile ha hecho saber que está dispuesto a dialogar, pero no obligado a hacerlo como Bolivia quiere: mar con soberanía, es decir, Chile puede prescindir del tema asociado con ese concepto. También se dará su tiempo, ha dicho el presidente Piñera, hasta que las condiciones políticas en Bolivia cambien. Pero sucede que unos candidatos “chutos” quieren que todo permanezca igual, por tiempo indefinido. ¿Qué haremos?
Por lo menos de momento, de toda esa maraña jurídica se desprende, paradójicamente, una ventaja para Bolivia y es que ningún demagogo podrá utilizar ya el mar para sus fines políticos o electorales, como hasta ahora. Ya no se les ocurrirá enviar a la ONU la carta más larga ni habrá más banderazos en el camino. El tiempo de los recursos infantiles ha pasado, ahora hay que definir, de una vez, una política marítima seria.
El autor es escritor.
Columnas de DEMETRIO REYNOLDS