La década del Atlántico
Evo Morales anunció que tras el fallo adverso de La Haya empieza ahora la “Década del Atlántico”. No le creo. Hay demasiada evidencia de que Bolivia ha subsistido llorando el mar perdido a la rapacidad chilena en 1879.
Tal vez la historia del acceso boliviano al océano Atlántico empieza con el Tratado de Tordesillas en 1494 cuando España y Portugal se repartieron esferas de influencia, asegurando que el primero se quedaba con la tajada del león de América del Sur, y el segundo aseguraba enclaves asiáticos rodeando el continente africano.
Bolivia nació con salida al océano Pacífico por el litoral boliviano perdido; al océano Atlántico, por dos ríos inmensos: el Amazonas por el río Madera y el segundo por el Paraguay, que hoy se conoce como hidrovía Paraguay-Paraná.
El Brasil colonial era una puntita de la joroba sudamericana. Ni era dueño de la boca del río-mar, el Amazonas, pero heredó la astucia portuguesa que con éxito enfrentó a la fuerza española. Dicen que si Rusia tenía un territorio inmenso que le permitió retroceder ante las invasiones europeas (aparte de su “Gral. Invierno”), China contaba con tantos chinos que dicho en mofa asombra que no hayan caído algunos al mar. Hablando en serio, la gente es su mayor riqueza. El equivalente en los reinos ibéricos eran la codicia mineral de españoles y el apetito territorial de portugueses.
Quizá la desidia territorial nacional empezó con la bonanza de la plata potosina. Vanagloria de la gran ciudad al pie del Sumaj Orkho, del puente de plata que podría unir Madrid con Potosí, de los trenes de miles de llamas (auquénidos astutos que rehúsan cargar más de 30 kilos) llevando las piñas de plata al puerto de Arica. Sin donde escapar, los mitayos indios eran versión nuestra de los esclavos brasileños fugitivos que buscaban en la república de Bolívar un refugio de “fazendeiros” imperiales.
En la Colonia no se construyó un puerto en el Litoral boliviano, tampoco en la era republicana. El robo del Litoral fue primero una inundación de “rotos”, viabilizada por la cesión de una línea imaginaria de límites con Chile. El gran perdedor de la Guerra del Pacífico fue Perú, cuya capital, Lima, fue ocupada por tropas chilenas por 2 años. Desde Iquique y Arica, Perú cargaba barcos con guano para revivir tierra europea y salitre para asesinar a sus labriegos. Bolivia también, pero ni disponía de costas pobladas con su gente. Ambos ya tenían los ojos en tinta con Chile, que desbarató en Yungay el sueño Inca, con la anuencia de Brasil.
Este último era fiel cumplidor del Uti possidetis juris (“Como poseéis de acuerdo a derecho, así poseeréis”). Hasta que una chambonada diplomática de Bolivia permitió a Brasil trocar su pose respetuosa de los tratados por una lenta fagocitación de territorio nacional. Se inició también la venta de selvas que no se podían poblar ni defender con las armas: la parte norte del río Madera allende las cachuelas (Melgarejo); el Litoral (Daza), el Acre (Pando). Brasil poblaba con sus “bandeiras” cazadoras de esclavos, apelando al Uti possidetis de facto, aparte de que a los gobernantes nacionales no les importaba. Empezando por un peruanófilo Andrés de Santa Cruz, que no era cruceño ni estaba casado con una dama de apellido Santa Cruz.
Se declaró como brasileño a la parte norte del río Paraguay, fundando Corumbá, y el fuerte Coimbra en la ribera occidental; un poco más e incluyen el Mutún… El acceso al río quedó limitado a uñas de gato en las lagunas Mandioré, La Gaiba y Uberaba, en una pequeñísima parte del inmenso Pantanal cuyo turismo no aprovechamos. El Canal Tamengo era un tramo de 11 kilómetros controlado desde la brasileña Corumbá, donde se ubican los 3 muelles de carga boliviana: Aguirre, Jennefer y Quijarro. Están en boga ahora que empieza la “Década del Atlántico”. No obstante, recuérdese que navegar allí depende de la voluntad del vecino tragón del que fuera territorio hispanoamericano.
Perdimos la Guerra del Chaco, por más que digan que fue empate o que salvamos el petróleo. Tal vez lo único rescatable es la punta Man Césped, minúsculo acceso al río Paraguay donde está Puerto Busch. Es “un enclave militar”, dice la británica BBC, de una Armada que ni tiene cañoneras, digo yo. Podrían empezar con invertir los $250 millones que Evo Morales prometió hace poco, tal vez aportándolos al Acuerdo de Transporte Fluvial de la Hidrovía de marzo de 2018, del que forman parte Bolivia, Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, para permitir que barcos de gran calado naveguen la Hidrovía Paraguay-Paraná, dragándola, señalizándola y enderezando meandros.
La proyección es que en dos o tres años se desvíe “al menos el 50% de la carga boliviana” que pasa por puertos chilenos, en vez de andar con necedades tal vez corruptas como satélites propios o agencias espaciales onerosas.
¿Será que en las espaldas bolivianas se pueden sembrar nabos?
El autor es antropólogo
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