Las razones de Nuestra Señora
A pesar de jamás haber caminado por las calles de París y consciente de que Europa sigue siendo un viaje pendiente, anhelado y a la espera de que el timón permita llevar esta nave a ese continente vasto y pleno, la catedral de Nuestra Señora llega a nosotros más allá de una imagen de enciclopedia o de foto turística, es aquella sobre la que Víctor Hugo ensalza como el inmenso escenario en su novela del mismo nombre, también por el cine y la imaginería en torno a su espiritualidad.
Cuando se dice que es el símbolo de “la Ciudad Luz”, apunto a la denominación semiótica de aquello que hace a un signo universal, sin frontera y cuya cartografía rompe los confines mismos de la propiedad de una nación. Decir símbolo es hablar de convención, de unidad en la significación, es una aceptación humana de la belleza como un símbolo de la historia misma, de las posibilidades que tiene el estilo gótico, de la perfección que habla desde la piedra y la magnificencia del hombre cuando decide instaurar su lazo con lo divino y erigirse en su capacidad sobrenatural de creación. En este magnífico espacio esperan las mitológicas gárgolas, que abrían y siguen abriendo la imaginación, aunque en lo concreto tienen el destino de ser el principal desagüe del tejado y más allá de lo funcional, son quienes protagonizan leyendas nocturnas, se dice que aparecieron para martirizar a quienes no defendieron a Juana de Arco el día de su purga en fuego.
Nuestra Señora, testigo de la historia misma de París, se mantuvo firme ante las revoluciones y las guerras. Sin embargo, pese a arder este año y expulsar una densa humareda blanca al cielo, elementos que nos hacían temer el desastre total aun así ha logrado mantenerse nuevamente en pie. Se afirma que un complejo sistema de refuerzo de los muros ideado por los arquitectos medievales ha mantenido en pie a la catedral. Los ejecutores del magistral trabajo fueron los gremios de artesanos, peones y jornaleros contratados en el mismo sitio.
Pese al incendio, la mayoría de sus tesoros quedarán como presencias tangibles, libres de la destrucción, todavía podremos maravillarnos con la monumental Piedad del escultor Nicolas Coustou, al igual que con los grandes cuadros de los siglos XVI y XVII, conocidos como Mays, que colgaban de las paredes de la nave, del mismo modo las 16 estatuas de cobre situadas en la base de la aguja que sí pereció y que ocasionó las más conmovedoras escenas que vimos simultáneamente con los azorados espectadores presenciales.
Ha sido vital también, leer las quejas ante la cantidad de millones donados para su restauración, o las teorías de diverso orden desde las religiosas, místicas, astrológicas y de conspiración que han abundado en redes para explicar el fuego.
Nuestra Señora ha sido nuevamente el espacio del diálogo y de la visualización de su belleza eterna. Sin duda este símbolo nos conecta con la divinidad de la instauración, nos recuerda que sí tenemos una dimensión donde podemos sobrevolar la tiniebla y decir hágase la luz de la creación.
La autora es escritora
Columnas de CECILIA ROMERO