Las lecciones de Notre Dame
Una vez que se declaró el incendio, los bomberos y agentes parisinos siguieron un protocolo establecido donde se establece una serie de prioridades de salvaguarda, en este orden: poner a salvo las personas, luego las obras de arte, luego el altar y las reliquias: a continuación, el mobiliario (comenzando por los más antiguos) y solo al final poner atención a la estructura.
Este protocolo se fijó hace más de cien años. Europa tiene una historia llena de guerras, revoluciones, desastres naturales y conflictos, y gracias a esta experiencia sabe que hay cosas que pueden ser reconstruidas, mientras otras cosas no: la vida está por encima de la estructura y del arte.
Es un protocolo tan exhaustivo que prevé la renovación continua de un bosque en los jardines de Versalles con el tipo de tronco necesario para la reconstrucción de la bóveda de Notre Dame (o de cualquier otra catedral o palacio antiguo): los árboles ya están listos para la reconstrucción. ¿Cómo es posible prever esto, a este nivel de detalle? Simple: estudiando la historia.
Durante los días que siguieron al incendio de la catedral, una de las posturas más repetidas ha sido la de querer arrasar por completo con el pasado. Pero esa postura, por muy justificada que pueda parecer, acaba siendo una trampa. Y es que nosotros somos nuestra memoria. No solamente se trata de una cuestión de identidad y de símbolo, sino de actualidad.
La preservación del pasado, mantener en pie incluso edificaciones como los campos de concentración nazis, no es un exotismo vacío o un lujo. Nos enseñaron que “quien no aprende su historia está condenado a repetirla”. La mala noticia es que esa visión es equivocada: con o sin historia, los humanos cíclicamente nos volvemos a enfrentar a los mismos retos, a los mismos problemas y delante de las mismas posibilidades de destrucción: la cúpula de Notre Dame fue destruida en varias ocasiones, tanto de forma intencional como accidental. Y cuando se la reconstruya, seguirá siendo frágil y puede volver a sufrir un daño, incluso más grave que el que sufrió ahora.
Esto es importante: no aprendemos la historia para evitar repetirla. La estudiamos para aprender qué soluciones se encontraron a los grandes retos del pasado. Para saber que es posible equivocarse y aprender. Para saber qué es lo que nos hace humanos. Para saber qué ha permitido superar las diferencias. Para saber cómo, en medio de la destrucción y del horror, ha sido posible unirse de nuevo y volver a poner, piedra sobre piedra, nuevamente en pie un muro, una catedral, una ciudad, un futuro común.
La autora es escritora
Columnas de CECILIA DE MARCHI MOYANO