Terapia intensiva
La integración nunca coexistirá con intereses e inclinaciones teñidas por raíces ideológicas. Los bloques que buscan su fortalecimiento, cuando nacen a la luz de ese tipo de posturas, tienden a desaparecer bajo la lógica (perversa) de despilfarro de fondos públicos que bien podrían ser utilizados en paliar los enormes problemas que afrontan países, entre otros, como el nuestro.
Ese es el pecado de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y esa es la responsabilidad de quienes, en su momento, constituyeron este bloque motivados, influenciados, manipulados y manejados por Lula da Silva y Hugo Chávez, este último artífice central de lo que hoy padece Venezuela, esbirros incluidos, por supuesto.
La triste noticia, en todo caso, no es el quiebre de Unasur, habida cuenta que, como en muchos otras situaciones, su efectividad ha sido nula. La triste noticia pasa por la forma cómo se destinaron recursos públicos, que bien podían haber sido asignados a salud o vivienda, sólo por complacer la postura que en su momento exteriorizó Chávez con el mentado y fracasado socialismo del siglo XXI.
Existe en todo caso una responsabilidad funcionaria que no puede ser soslayada ni atenuada porque, ahora, varios gobiernos hayan anunciado que el país al que representan abandonarán el bloque por su ineficiencia, politización y por haber sido creado únicamente para satisfacer los planes de una corriente populista que se encaramó bajo el ala del chavismo cuando en ese momento el petróleo y su cotización permitían que Hugo distribuyera recursos sin control y con un desparpajo inadmisible.
Con razón, el presidente de la Cámara de Diputados en Bolivia, luego de conocer la postura oficial de Brasil de abandonar la Unión de Naciones Suramericanas cuando le fue oficializado que se le había transmitido la presidencia temporal, señaló que Unasur estaba en terapia intensiva.
Diría más bien, ahora, que es un cadáver que le ha costado mucha plata a los países que la integran y que en términos de efectividad, ha sido un perfecto mamotreto que no ha aportado absolutamente en la integración y cooperación económica y comercial de sus miembros, más allá de los naturales apoyos que sus integrantes exteriorizaban frente a determinados hechos políticos y fruto, claro está, de la corriente ideológica a la que respondían.
Por tanto, Unasur no sirvió para nada más que encuentros infructíferos, costosos viajes, delegaciones frondosas y una infraestructura innecesaria y oprobiosa. Evidentemente, a la luz de un mecanismo que respondía a los intereses de Chávez y Lula en su momento —los demás cayeron en ese juego después— la realidad nos muestra que desde abril de 2018 Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Paraguay y Perú decidieron suspender su participación y en marzo de 2019, Ecuador, por lo que definitivamente Unasur terminó una agonía tan propia de iniciativas que nacen sólo por intereses de ideología.
En la otra vereda está el Foro para el Progreso de América del Sur (Prosur), creado recientemente para reemplazar a Unasur a instancia de Colombia y Chile, cuyo presidente señaló que aquel se constituye en un foro “sin ideología, ni burocracia, para todos los países democráticos de América del Sur”. No podemos sino esperar que el nuevo bloque de integración sea efectivo y no asuma el mismo rol pernicioso que Unasur; actúe sin burocracia, evite el despilfarro de recursos y la carga ideológica, tal como enseña su acta fundacional, además de generar respuestas efectivas ante los derechos humanos, la integración, la democracia y la libertad, cercenada desde la aparición del socialismo del siglo XXI.
En el caso boliviano, el Gobierno hizo mal en no aceptar formar parte del bloque en solidaridad con la dictadura venezolana. Está demostrado que toda esa cantaleta antiimperialista y toda la pose revolucionaria y progresista, ya no rinde los frutos que antes lo hacía, y está visto que hoy, la gente quiere resultado y respuesta a sus problemas, no mimos ideológicos.
El autor es abogado
Columnas de CAYO SALINAS