Humanidad caduca
Mientras el amable lector de esta columna va leyendo las palabras que aquí aparecen, miles de seres humanos van quedando caducos. Ya no sirven y ya no son útiles para la estructura social que ha decidido prescindir de ellos.
La estructura desecha a viejos y viejas. Amistosamente les dice que son de la tercera y cuarta edad. Hostilmente les dice viejas locas o viejos gordos y feos. La sociedad premia a la juventud y castiga a la vejez y hace de esta un pecado y un castigo.
Antiguamente ser vieja en tribus ancestrales era sinónimo de sabiduría, pues las ancianas conservaban recetas para combatir distintos males y preservaban la memoria de sus clanes. Hoy una persona de más de 40 años es vieja, cualquier arruga la convierte en fea y si encima está pasada de peso automáticamente se convierte en gorda.
Discuto el tema de la gordura. Simonetta Vespucci, modelo rubicunda y regordeta, fue la Venus de Boticelli. Las actrices Sofía Loren y Marilyn Monroe jamás se privaron de comer cuanto les placía y no era precisamente flaquitas. Todas han sido calificadas como preciosas.
En cuanto a la fealdad muchos hombres admiraron los pies deformes de algunas muchachas chinas, que sufrieron lo indecible para transformarlos en “bellas” miniaturas. Hoy estos pies son considerados feos e incluso grotescos.
Por tanto, lo que para unos es feo y gordo, para otros es bello y admirable y los cánones de belleza son sólo convencionalismos.
Siendo así, cuesta entender por qué estamos cediendo ante este salvajismo que enaltece lo juvenil e inclinamos la cabeza ante los dictámenes de los entendidos.
Ellos, al parecer, capitulan ante una supuesta caducidad humana y deciden quiénes son los más bonitos, flacos y jóvenes para trabajar y producir en una sociedad mediocre que premia la forma y no el fondo; la apariencia y no el contenido.
Tenemos la arraigada creencia que un cuarentón no es productivo y que lo gordo no puede ser mostrado. Lo peor es que alguien de 30 cree que durará allí para siempre, como si no fuese a cumplir 40, 50 o 60 años en algún momento. Muestra una evidente falta de experiencia personal y que sólo se obtiene cuando se cumplen los 40 o más.
Quien dice viejo como una forma peyorativa habla más de quién lo dice, de a quién se lo dice. Es un error muy arraigado a creencias generacionales, e impide el desarrollo armónico de nuestra sociedad.
Hay que entender que envejecer es un privilegio que no se concede a todos los seres humanos de este planeta.
La autora es máster en comunicación empresarial y periodista
Columnas de MÓNICA BRIANÇON MESSINGER